Nuestro cine enfrenta permanentemente la necesidad de emanciparse de las dictaduras comerciales y estéticas impuestas por los mercados y por sus modelos ideológicos, coloniales y globales. «Nuestro» significa aquí propiedad, y también identidad, de formas y contenidos en los medios, los modos y las relaciones de producción. «Emancipación» implica aquí registro, acopio y sistematización de aportes, con sus tácticas y estrategias históricas para la consolidación de un gran relato no subordinado a los vicios de las industrias nacionales y trasnacionales y hacia la formulación semiótica, la producción de sentido basado en las luchas sociales de los pueblos, que incluyen la lucha por la emanación expresiva tanto como la emancipación de sus relaciones dialécticas y dialógicas con los pueblos. Abolición de toda esclavitud semiótica.
No se trata de eludir, ni dividir, las nociones de rentabilidad con las nociones de moral y ética, sobre la identidad de clase y la autenticidad cultural y social, que han sido motivo de múltiples debates y eufemismos durante ya demasiado tiempo. Pero es innegable, y por eso hay que insistir, la influencia distorsiva del modelo hollywoodense sobre nuestro cine, que inocula, consciente e inconscientemente, formatos ideológicos, estéticos y de comercialización para narrativas basadas en las fórmulas de la taquilla y del individualismo mercantilista. Esto no solo limita la genuinidad del relato, sino que reproduce valores ajenos y contrarios a las realidades latinoamericanas. No es difícil recordar cuánto se ha debatido este problema, lo difícil es explicar cuánto y cómo se lo ha resuelto. Y hay muchas deudas.
Alegrarnos por el éxito comercial de algunas producciones latinoamericanas, con sus calidades y sus aportes, no implica saldar los debates contra la dictadura, patente y latente, de los mercados capitalistas. Especialmente el neoliberalismo, que también despliega una guerra cultural, ha impulsado un discurso fílmico que comercia con la delincuencia o la violencia que él mismo fabrica, con estereotipos de antipolítica, y que criminaliza todo sentido de lo popular, a cambio de idealizaciones sobre las bendiciones del capital extranjero o multinacional, las virtudes de los mercados. Especialmente los mercados ideológicos.
Nuestro cine necesita una revolución semiótica, su profundización y ensanchamiento para enfrentar múltiples carencias, bloqueos y atrasos inoculados por las hegemonías del capitalismo. Hay que romper con la hegemonía de las narrativas y estéticas dominantes impuestas por Hollywood. Priorizar la representación de nuestras realidades (que incluyen la realidad de la producción de ficciones) desde una perspectiva auténtica, superadora de los tiempos y montajes impuestos por la estética del mercado para sofocar con su seducción la producción de significado original. Que el signo sea producto de quienes luchan por emancipar sus medios y modos de expresión para reflexionar críticamente sobre la praxis transformadora. Signos y significados derivados de las luchas sociales con el destinatario como cocreador de sentido y contra la pasividad del modo burgués de la recepción.

Nuestro cine ha ganado territorios narrativos gracias a cierta estética política incipiente aún, que ha explorado temas para una semiótica de la resistencia que se fusiona con el plano estético para integrarse en un equilibrio entre la cultura popular y las demandas revolucionarias. Se han generado obras que dialogan tanto con su contexto como con su público, no pocas veces emboscadas por los modos de exhibiciones dominantes y comercializadas. Esto induce a valorar que la revolución semiótica debe articularse como un movimiento para reconfigurar los lenguajes audiovisuales desde una perspectiva que priorice las luchas sociopolíticas y culturales de la región. En las luchas donde está escribiéndose, sin acartonamiento de iluminados, el verdadero relato de los pueblos.
Se trata de una guerra semiótica abierta contra los vicios fílmicos predominantes en el cine nuestro. Guerra semiótica en aspectos tecnológicos, financieros, narrativos, temáticos y de producción, contra la falta de diversificación, dependencia de modelos externos y desafíos estructurales. Contra la dependencia de narrativas y géneros mercantiles tradicionales. Contra las narrativas que estereotipan a nuestros pueblos con la visión burguesa sobre la pobreza, la violencia o la desigualdad social superficial o reduccionista. Necesitamos una guerra abierta contra los modelos estéticos y narrativos europeos o estadounidenses, que plastifican la autenticidad local y regional. Contra el cine que no contiene lenguajes propios. Se trata de una guerra semiótica sin cuartel también en los territorios de la distribución, lo que limita el poder narrativo originario. Guerra, pues, para legitimar el impacto cultural y financiero del relato nuestro.
Con la idea de una semiótica del relato fílmico emancipatorio se alude aquí a la necesidad de suspender la imitación de los medios y las formas dominantes su canon de belleza, que opera como arma ideológica. Suspender la estetización y la glorificación de la violencia —toda— como lógica comercial que seduce con sus narrativas, ritmos e interpretaciones ideológicas. Propender a la educación para un cine de intervención que priorice el contenido crítico en todas sus opciones poéticas, plásticas, éticas y estéticas en función de una profunda renovación estética y narrativa nacida de las luchas sociales y culturales.
Esto no es una negación de logros, es un apunte sobre tareas necesarias a corto plazo. En la vastedad de potencial fílmico que queremos ver nacer, requerimos obras capaces de organizar y movilizar el alma colectiva. Nutrirse con audacia intelectual y de la creatividad sin límites. Realizar el significado y los significantes que la mentalidad burguesa ha demorado. Nuestro cine no debe limitarse a una experiencia espectadora, pasiva, individual y silenciosa, subjetiva o escapista, porque debe ser experiencia interactiva y comunitaria. No es un ejercicio académico de élite, sino un vocero de las luchas en diálogo cultural entre el pasado y el presente.
Entender la revolución de las imágenes como lenguaje de las problemáticas humanísticas en la sociedad actual. Reinterpretación histórica del diálogo fílmico y revolución de las múltiples capas del significado, ético y estético. Revolucionar el canon fílmico con su diversidad de voces y perspectivas en lucha como relato más inclusivo y representativo de una revolución creativa de las historias, con la reinvención del relato que no solo refuerza la influencia del discurso, sino que contribuye a una experiencia social hasta hoy ignorada o menospreciada. Parafraseando a Jean-Luc Godard: que la ética sea la estética del relato fílmico, emancipatorio.