A Enrique Kiki Álvarez podría catalogársele como uno de esos «tipos raros», marginado de la norma y recluido en solitario. Sin embargo, esa definición que incluso él hace de sí mismo se diluye cuando lo dominan los impulsos por el cine, y entonces, solo entonces, se deja llevar por todo tipo de sensaciones e ideas para plasmarlas en el celuloide. Por eso sus películas jamás serán hijas de la norma o lo habitual, son el resultado de una mirada a la realidad que lo circunda sin despojarse de la que lo habita desde lo más íntimo.
De ávido espectador pasó a ser lo que él llama un lector de filmes, a través de un proceso de desmontaje que precisa y disfruta sobre todo en su labor como jefe de la cátedra de Ficción en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), rol que asume desde 2013.

Fueron las tardes en la Cinemateca las que lo condujeron al universo cinematográfico, durante su juventud, y luego la vida profesional perfiló aquella atracción, convirtiéndolo primero en historiador del arte y luego en cineasta, tras varios cursos y posgrados; y aunque para Kiki el cine nunca fue una apuesta, confiesa que fue su lenguaje, su manera de relacionarse con los demás. Hablemos, pues, en códigos de Enrique Álvarez, de sed, olas y cajas negras…
¿Cuánto de tu formación como historiador de arte atraviesa tus creaciones en el cine? ¿Cuáles fueron tus referentes?
A estas alturas no puedo precisar cuánto hay en mis películas de mi formación como historiador de arte; tal vez, la perspectiva que da la historia, ese sentido de saberte inmerso en un recorrido y de que las películas son eso: segmentos, cortes en un tiempo que no se detiene. Lo que más le debo al conocimiento académico es la capacidad de relacionar, de encontrar conexiones.
El cine ha sido una espiral en ascenso en la que esas instancias se suman e interactúan entre sí. En ese camino, los referentes son diversos y cambiantes. Algunos perseveran, otros se diluyen, otros irrumpen. Hay un momento en la juventud en que uno crea un ideal de lo que quiere ser, pero después la vida te va colocando en sitios concretos que son los que determinan lo que eres. En eso nos seguimos pareciendo a los griegos. Nadie tiene la capacidad de leer correctamente su destino, y la mayoría de las veces la realidad opera contraria a nuestros ideales y propósitos. Para unos, el resultado de este desplazamiento es trágico; para otros, la vida es una enseñanza constante, un enigma a dilucidar mientras se está viviendo.
Desde tu primer filme, el mediometraje Sed, atravesando por La ola y hasta La caja negra, tus películas llevan un sello intimista, muy personal. ¿Cuánto se ha modificado la estética y la perspectiva con que ves y creas el cine?
No se ha modificado, al menos no se ha modificado el impulso y la premisa general que hay detrás de cada una de mis películas. Para mí, cada película es el resultado de un proceso de exploración y de una búsqueda consciente de su especificidad expresiva.
No soy un cineasta sistémico, no existe una escalera por la que yo he venido subiendo paso a paso, no aprendo de mis fracasos y tampoco de mis hallazgos. He sido muy autor en algunas películas y he propiciado procesos de creación colectivos e interactivos en la realización de otras, y en ambas experiencias he tenido logros y fracasos.

Cuando hice Sed creía que ese filme sería el corazón de todo el cine que haría en mi vida, pero con La caja negra acabo de hacer una película que no estaba en esas previsiones. En Sed yo era un autor de mirada obsesiva; en La caja negra esa mirada se ha hecho más sabia, más objetiva, más interactiva, pero no creo que el modo de hacer en una sea superior al de la otra. Son experiencias diferentes, solo eso. La distancia que pueda haber entre una y otra es un recorrido, no un proceso de maduración.
Podría decirse que en tus filmes predomina la mirada a pasajes no felices de la realidad, donde se pondera la soledad, el desasosiego ¿Por qué ese interés? ¿Cuánto de tu cotidianidad permea tus películas?
La mayoría de mis películas han nacido de experiencias personales o emocionalmente cercanas a mí. Soy un apartado, salvo cuando filmo o cuando estoy dentro de un aula, pero eso no quiere decir que sea infeliz o que viva en un desasosiego permanente.
Creo que hay demasiado fetichismo en la necesidad de estar juntos, fiesteando, celebrando, en vivir una vida social a toda costa, en reunirnos a trazar planes, pensar, consumir juntos. Hay en todo eso un derroche de energía y tiempo que prefiero preservar para instancias más íntimas.
Lo mismo con el cine. Hago películas pequeñas porque las películas «grandes» me parecen un despilfarro que muchas veces no justifican el resultado de su derroche creativo y productivo. Si voy a fracasar, prefiero hacerlo en pequeño, con un mínimo de daños colaterales.

Tengo que confesar que el cine nunca fue una apuesta para mí, sino una manera de relacionarme con los demás, primero como espectador, después como realizador, y en los últimos años como docente.
Desde tus comienzos en el cine te has decantado por la producción independiente —ejemplo de ello son Crisis, La persistencia de la memoria y Venecia—, incluso cuando era casi imposible hacerlo. Ahora que existen proyectos en favor de su desarrollo, dígase el Fondo de Fomento del Cine Cubano, el Registro del Creador, ¿cómo adviertes el panorama del cine cubano actual?
Creo que el cine cubano se encuentra ante una nueva oportunidad, ante la posibilidad de un renacimiento y un desarrollo sostenible. El Registro del Creador y el Fondo de Fomento son resultado de nuestras demandas, de las Asambleas Abiertas de Cineastas y de la defensa y el compromiso de un gremio con su actividad vital y social.
Ahora estamos iniciando nuevas relaciones productivas y creativas entre los cineastas, los productores independientes y el ICAIC, y esas relaciones, además de fomentar e impulsar la producción, van a diversificar la expresión, van a democratizar los contenidos. Es un proceso de expansión, y en ese camino queda todavía la batalla por recuperar las salas de cine como espacio social y cultural de consumo. La ruta del dinero, el ciclo inversión, recuperación, inversión, es lo único que puede asegurar que nuestro cine sea un producto cultural sostenible. Sin salas de cine, el cine no va a ninguna parte.

¿Qué complejidades y ventajas tiene el cine independiente?
No se pueden trazar generalidades, cada creador, cada producción, cada película, genera sus propias complejidades y ventajas. La independencia es un afán, un gesto, una negación y siempre se es independiente o no ante algo preciso. En el cine hay independencia en la generación de contenidos, en las formas de expresión, en los diseños de producción, y no siempre estas «independencias» coinciden en una misma película. En esto también hay mucho fetichismo.
Aun cuando afirmas disfrutar no constreñirte a guiones rígidos o previsiones, has explorado también otros roles dentro de la realización, como guionista, director de actores, etcétera. ¿Cómo funciona Kiki Álvarez en cada uno de ellos?
Relacionándome. El cine que hago, el que trato de enseñar, va de relaciones creativas, humanas y de trabajo, de compartir una experiencia, de construir algo en colectivo, en comunidad. Cuando en mis procesos creativos o en mis relaciones personales alguien trata de imponerme su ego, hay una puerta que se cierra.
La experiencia como académico… ¿qué retos y satisfacciones te genera?
Mi relación con la docencia es emocional, no me creo dueño de un saber que tenga que impartir, y para eso también dependo de las relaciones, del intercambio. En realidad, no creo que sepa dar clases, pararme delante de un grupo de alumnos y dar una conferencia. Cuando lo hago sufro, me pasa lo mismo que cuando bailo, comienzo a vigilarme y pierdo espontaneidad. Lo que prefiero, y en eso sí creo que soy bueno, es dar asesorías, escuchar y ayudar a que el otro encuentre la solución a sus dudas y su propia voz. Nunca, y es un principio, trato de que un alumno vea las cosas como las veo yo, y mucho menos que las haga como las haría yo.
Creo que la enseñanza creativa tiene que estar dirigida a que cada alumno encuentre y libere su necesidad expresiva, y nunca a enseñarle patrones que tengan que replicar. Por eso en mis talleres, la transmisión y la construcción de saberes es siempre colectiva, todos vivimos la misma experiencia y cada uno la individualiza desde su punto de vista, sus emociones y como un hallazgo personal.
En tiempos en que la seudocreación y la seudocrítica ganan terreno, ¿cuál crees que sea la función del arte (en particular del cine) y del creador para afrontar la realidad que habitamos?
La función del arte es la misma que tienen los cuentos que nos hacen o leen nuestros padres cuando somos niños: descubrirnos el mundo y enseñarnos a vivir y a relacionarnos emocionalmente. La experiencia estética no es otra cosa que una experiencia emocional; y la provocación antiestética no busca otra cosa que una reacción emocional. Incluso la única manera que tenemos de relacionarnos con el distanciamiento brechtiano y las diversas experiencias del arte conceptual y experimental es a través de la emoción que nos provoca el encuentro con la lucidez, con la capacidad de incitar y compartir una reflexión, con la puesta en escena de un pensamiento crítico esencial.
¿Qué potencialidades a nivel creativo y experimental adviertes en el cine cubano contemporáneo?
El cine sigue siendo un lenguaje joven, y sus creadores tienen ante sí un mundo por explorar de articulaciones entre el espacio, el tiempo, la imagen, el sonido, el punto de vista, la enunciación, el narrador, que si bien pueden (algunas de esas articulaciones) importarse de la literatura, aún no han alcanzado todas sus posibilidades y especificidades como escritura audiovisual que encuadra, fija espacios y se lee en una secuencia temporal que no debe interrumpirse entre su inicio y su final.
En el caso del cine cubano, hay dos escuelas formando cineastas y un aliento experimental que desde hace años se viene fomentando en las escuelas de arte. Esto ya da frutos, y la posibilidad de que aparezcan autores con películas más complejas a nivel formal y narrativo es una realidad que ojalá termine revitalizando el presente y el futuro de nuestro cine.
Bajo un sol poderoso obtuvo financiamiento en la modalidad de posproducción del Fondo de Fomento del Cine Cubano. ¿Qué rumbos ha tomado la película?
Esa es una película terminada gracias a la ayuda del Fondo de Fomento del Cine Cubano y ahora mismo estamos trabajando en buscarle un estreno, un recorrido de festivales, un diseño posible de distribución.
¿Después de la búsqueda que te generó este filme a nivel introspectivo sobre el cine, vale la pena seguir haciendo películas?
Al principio de Bajo un sol poderoso pensé que estaba haciendo mi última película, y ya filmé y estrené otra. Se trata de no ser absolutos. Mientras uno está vivo no sabe qué es lo último que hará. Hay días en que uno siente que todo se clausuró, pero en otros te despiertas repleto de ideas y ganas de hacer. No me planifico, no respondo a una lógica sistémica, voy subiendo y bajando mi propia montaña rusa, y en ese camino sigo leyendo y compartiendo relatos cada vez que puedo. Sí, vale la pena seguir haciendo películas.
Entonces, ¿cómo surge la idea de La caja negra? ¿Cuán complejo para ti fue impregnarle la perspectiva femenina a la historia?
La idea viene de cómo contar la historia, de cómo leer lo que la historia ha guardado en su caja negra a través del tiempo, de cómo construir una mirada crítica y emocional de un pasado que hasta hoy nos ha sido contado desde una tradición patriarcal. Y por eso un diario secreto, la perspectiva de una voz femenina, el relato de una testigo que recibe y participa en los sucesos a través de una vivencia, personal, íntima, y que nos cuenta desde ahí, desde una mirada lateral, la impronta de los acontecimientos sociales y políticos que comienzan a determinar su vida y la de todo un país.

Para mí no fue difícil construir esa voz; mi cine está repleto de experiencias femeninas, de mujeres que accionan y construyen su propio destino, y en este caso tenía a Liana Domínguez, una amiga con la que llevo años trabajando y que comparte con Elsa, la narradora de La caja negra, esa compulsión radical de escribir en secreto.
¿Aun cuando sea una película que se remonta a décadas atrás, cuánta actualidad tiene?
Toda la actualidad y utilidad con que la sepamos leer. Lo que La caja negra propone es una lectura emocional y subjetiva de una secuencia de hechos concretos, irreversibles y pretéritos que cuentan de dónde viene este país y su proyecto social. Es una película sobre nuestra historia y sobre nuestras vidas, sobre lo que fuimos y sobre lo que queremos ser. En eso radica su tensión dramática y su propuesta como horizonte político. Leer el pasado para saber desde dónde y cómo seguir escribiendo hoy.

¿Qué proyectos tienes por delante? ¿Cuáles son los sueños de Kiki Álvarez como realizador, artista y ser humano?
Ahora mismo no sé cuál será mi próximo proyecto. Estoy escribiendo y esperando el estreno de Bajo un sol poderoso, mi película más personal y sentida. De los sueños, nada que decir; a veces anoto mis sueños o pesadillas y así voy viviendo un día tras otro, sin muchas ambiciones ni expectativas románticas por cumplir. Estamos viviendo tiempos duros y somos frágiles, demasiado frágiles para creernos dueños de alguna certeza. Y por eso lo que toca es volver a la infancia, a esa capacidad que tienen los niños de aprender a vivir y a conocer el mundo siendo flexibles.