La miniserie estadounidense Gambito de dama (The Queen’s Gambit), lanzada por Netflix a finales de octubre de 2020, ha tenido un impacto muy positivo para la promoción del llamado «juego ciencia» en el mundo entero. Toma como base la novela homónima de Walter Tevis, publicada en 1983, para regalarnos una historia ficticia, protagonizada por Anya Taylor-Joy. El guionista (Un romance peligroso, 1998; Logan, 2017) y director Scott Frank contó con el asesoramiento del gran maestro Garri Kaspárov y del entrenador Bruce Pandolfini, a fin de que la ambientación de los torneos, los tableros y partidas que aparecen al sesgo en pantalla mostraran la necesaria verosimilitud, puesto que la serie aboga por un realismo de corte biopic.
El relato se ubica en los años sesenta, con una soberbia reconstrucción de época, la cual pone peculiar cuidado en la recreación de la banda sonora, mediante un diseño musical a cargo del compositor Carlos Rafael Rivera. A sus piezas originales se unen temas de Quincy Jones, The Monkees, Dmitri Shostakóvich y Erik Satie. En Internet se puede localizar una playlist contentiva de todas las canciones, para más de tres horas en Spotify.
En síntesis, y sin ánimo de revelar aspectos cruciales de la trama, The Queen’s Gambit aborda la complicada infancia-adolescencia de Elizabeth Harmon, una chica que crece en un orfanato, refugiada en el empecinado aprendizaje del ajedrez y en competir contra cualquier rival que acepte su reto. Por ese camino llega a descubrir Mi vida en el ajedrez, el libro escrito por un genio de las 64 casillas, el cubano José Raúl Capablanca.

En los capítulos finales el conflicto se concentra en la rivalidad entre Beth y Vasily Borgov (Marcin Dorocinski), un personaje también ficticio, pero que puede estar inspirado en Mijaíl Botvínnik, quien fuera campeón mundial varias veces entre 1948 y 1963, y gozaba del respaldo de la claque estalinista. Kaspárov, quien fuera su discípulo hasta que las diferencias políticas los separaron, llegó a considerar a Botvínnik como un instrumento ideológico de la confrontación entre comunismo y capitalismo, tópico que se trata con relativa suspicacia en el teleplay.
En realidad, la primera línea narrativa de Gambito de dama arranca en 1967, cuando Beth despierta en un hotel de París con una mañanera resaca y tiene que enfrentarse al campeón ruso Borgov. En lo adelante, estaremos ubicados en una retrospectiva amplia que nos relata la vida de esta muchacha y su ascenso gradual como ajedrecista.
Si damos por hecho que esta versión audiovisual del libro de Walter Tevis es una magnífica adaptación en términos de fotografía, escenografía, diálogos, puesta en escena, etcétera, es innegable que buena parte de su capacidad para atrapar el interés inmediato del público reside en la interpretación de Anya Taylor-Joy. No por gusto la joven acaba de ganar el premio a mejor actriz de miniserie en los Globos de Oro 2021. Cabe agregar que la niña Isla Johnston, que asume el rol de Beth en la infancia, con su original modo de encarnar los sucesos que rodean esa compleja etapa de su vida, potencia la curiosidad del público de manera progresiva desde el primer capítulo.

Su relación con el señor Shaibel (Bill Camp), el bedel del orfanato; con Jolene, la que será su amiga de corazón; y con una madre adoptiva excelentemente actuada por Marielle Heller, parecen extraídos de la biografía de un ser real. Pero el golpe de gracia está en lo que ella por sí misma representa dentro de un universo masculino por tradición: una mujer compitiendo contra hombres hasta llegar a la cúspide del ajedrez internacional.
No se trata de que esto nunca haya ocurrido en la vida real, sino de que resulta poco divulgado lo concerniente al reino de la diosa Caissa, mucho menos lo que las mujeres han logrado en ese territorio. Si en lugar de contar lo que le sucede a Beth, Gambito de dama fuera la historia de superación personal de un chico, tal vez no sería tan interesante, puesto que la inmensa mayoría de los filmes y teleseries privilegian el protagonismo masculino y no pocas suelen caer en ponderaciones al talento varonil.

En este caso se plantea el reverso de la moneda, cosa que enardece la curiosidad de los espectadores, a partir de un argumento sólido sustentado por un correlato visual de impresionante resultado. Y, obvio, por debajo de la singular trama, se atisban las vicisitudes que, como parte de los estereotipos de género, condicionan la vida de toda mujer obligándola a entablar una lucha cotidiana por gozar de los mismos derechos que asisten al hombre. Justo es recordar que la década de los sesenta fue escenario de una fuerte oleada feminista en Estados Unidos, que entroncaba con el movimiento por los derechos civiles.

Por fortuna, Scott Frank y Allan Scott, responsables de la realización, no permitieron que un innecesario y contraproducente énfasis en la inequidad social de los sexos hiciera mella en la sutileza del mensaje primordial: una mujer puede aprender y desarrollar habilidades en el ajedrez con el mismo éxito que un hombre. Pero tampoco dejaron de marcar momentos en que la discriminación estructural hacia la mujer aflora como un gesto naturalizado. La muñeca que le regalan a Beth, el desprecio tácito con que Borgov y su camarilla hablan de ella, la forma en que son manipuladas u obviadas sus declaraciones para una revista de deportes y los comentarios sexistas de una reportera, son todos apuntes para una radiografía del machismo corriente. Incluso la arrogancia con la cual sus primeros contrincantes se enfrentan a ella demuestra lo difícil que es imponerse en un universo donde la misoginia puede esgrimirse como una ficha de ventaja adicional.
Desde luego, tampoco se enfocan los problemas raciales de la sociedad norteamericana, que solo se insinúan en algún que otro comentario. Sin embargo, hay una mirada propositiva al asunto, sobre todo mediante el personaje de Jolene, lo que es mejor que sufrir un tratamiento panfletario del tema.

Beth no es una belleza rutilante, pero es hermosa a su juvenil manera y le gusta vestir bien. El despliegue vestimentario, que bajo la acertada conducción de la diseñadora germana Gabriele Binder pone en primer plano los estados anímicos y la progresión dramática de Harmon, merece un artículo aparte. Solo señalo que los motivos lineales y las cuadrículas que remedan el tablero de ajedrez fueron la base de una cuidadosa conceptualización del diseño del personaje, y se enfocó tanto en aspectos de la época como en otros referentes que enriquecieron el valor semántico de la puesta en escena.
La actriz conduce su personaje con extremada mesura, desde una niñez que intentaron despersonalizar hasta una juventud en que, pese a sus notorias adicciones, logra imponer una personalidad fuerte y difícil de doblegar. En su estudio constante del ajedrez encuentra el refugio y la fortaleza para conducir su vida según su propia voluntad, sin ceder a las presiones de nadie. Sin dudas, la protagonista logra una de las caracterizaciones más convincentes que pueda verse en la pantalla por estos días.
El serial tampoco se pierde creando situaciones romanticoides. Las relaciones amoroso-sexuales de Beth son de una nitidez acorde a su personalidad, sensible, pero anclada en un objetivo del que pocas veces se distrae. La serie deja amplios espacios de reflexión para el tratamiento que Beth le dispensa a cada uno de los hombres que atraviesan su vida buscando algo más que un gambito de dama. En lo particular, celebro la ecuanimidad de la actriz, su temple para no extralimitarse en instantes de euforia o de derrota, la delicadeza y confianza que destila su gestualidad en momentos triunfales y por ofrecer esa elegante y misteriosa mirada, cuyo significado se hace inatrapable, elocuente o sublime.

Lo más importante en el enfoque de esta miniserie es que propone igualar el talento y la inteligencia femenina a la de los hombres, habida cuenta de que existe una notoria disparidad de oportunidades entre jugadores y jugadoras de ajedrez. Estas diferencias tienen una larga data y su origen hay que estudiarlo como parte de las prácticas patriarcales que han perpetuado la desigualdad entre hembras y varones.
La Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que desde 1924 agrupa a los más grandes jugadores del mundo, no admite campeonatos mixtos para los más altos títulos que ella otorga: gran maestro, maestro internacional, maestro FIDE y maestro candidato, aunque mantiene su equivalencia para aspirantes femeninas. En términos estadísticos, según Ignacio Vich[1], solo el dos por ciento del total de grandes maestros son mujeres, y apenas representan el once por ciento en torneos mixtos, lo cual apunta a un claro sexismo en el ámbito de las piezas y los escaques. Sin embargo, las posiciones y polémicas en torno a una posible unificación para los lauros FIDE tiene muchas aristas que ventilar y puntos de vista que ponen en una balanza ventajas y desventajas del panorama actual para las damas. Es muy difícil tomar partido en este diferendo, sin aquilatar y conocer a fondo múltiples aspectos relacionados con el patrocinio, la promoción, los estímulos monetarios y la visibilidad de las féminas, que se verían tal vez perjudicadas con un cambio de política en estos momentos.
Las actuales condiciones de encierro profiláctico ante la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ya habían generado una vuelta al tablero y un consumo virtual del juego ciencia que arrojó ocho millones de horas de ajedrez en el servicio de transmisión de Twitch (plataforma similar a YouTube). Es decir, el escenario ya estaba preparado. Se añade la fiebre ajedrecística que ha despertado Gambito de dama, quizá notorio entre jóvenes y niñas, a quienes la perseverancia y dedicación de Beth pueden servir de inspiración para adentrarse en un mundo hechizante. El disfrute de tal pasatiempo contribuye al desarrollo espiritual, artístico y deportivo, estimula la capacidad cognoscitiva, ayuda a la concentración mental y al desarrollo intelectual de las personas.

Cierto es que Elizabeth Harmon es un personaje de ficción, por lo que sus triunfos pudieran parecer cuentos de hadas. Sin embargo, con el incentivo de practicar el ajedrez llega también el de conocer su historia, y el descubrimiento de fabulosas campeonas que dejan su nombre inscrito en los anales de este deporte. En el episodio moscovita donde se enfrentan Borgov y Harmon, aparece por detrás representado un personaje de la vida real, Nona Gaprindashvili, primera mujer en ostentar el título de gran maestra FIDE. Contrario a lo que se dice en el serial, sí se enfrentó a grandes jugadores soviéticos e internacionales de su tiempo.
Y aunque Bobby Fischer y hasta Garri Kaspárov hicieron declaraciones demeritando la capacidad de las mujeres, lo cierto es que Judit Polgár (Hungría, 1976), la más grande jugadora de ajedrez de la historia, a los 15 años ya era gran maestra internacional, superando en aquel momento el récord de Fischer. En 2005 fue la octava entre todos los jugadores activos en el ranking mundial, y para entonces ya había vencido a Garri Kaspárov, considerado por muchos el mejor trebejista de todos los tiempos, y al gran rival de este último, Anatoly Kárpov. La historia de vida de Judit Polgár y sus dos hermanas mayores, educadas y estimuladas para el combate intelectual al más alto nivel ajedrecístico, daría perfectamente para una segunda temporada de The Queen’s Gambit.
[1] https://thezugzwangblog.com/mujeres-y-ajedrez-un-cambio-de-paradigma/