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«El regreso», de Uberto Pasolini: La última batalla del viejo héroe

Daniel CéspedesPorDaniel Céspedes
febrero 12, 2025
En Críticas
Tiempo de Lectura: 5 minutos
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«El regreso»

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No hay aparición
del cielo o del abismo
más terrible
que la visión del propio rostro
en la desgracia.

Roberto Méndez Martínez

Cabe imaginar la llegada de Odiseo a Ítaca. En la obra de Homero se sugiere que fue hasta cierto punto tranquila. Pero no es el caso. El héroe griego ha tenido que reponerse de muchas pérdidas: su embarcación y sus hombres, su orgullo. Primero maduró a la fuerza; luego, a conciencia. Ha envejecido bastante, si bien todavía posee fuerzas para regresar a su tierra. Cuando cree que ha pasado lo suficiente, le queda la incertidumbre, porque transcurrieron veinte años. Sabe que su hijo es ya un hombre, pero no si Penélope escogió desde hace años a un nuevo rey.

En el canto XIII es que se cuenta de su llegada a Ítaca. Fue ayudado por navegantes feacios. Atenea, que lo prefiere por encima de otros mortales, lo envejece más hasta desaliñarlo como harapiento. Los años no le habían quitado su prestancia de gobernante. Mas hay que simular y disimular para planear la venganza y llegar al trono. La diosa de la sabiduría y la guerra, de la estrategia, la justicia y la habilidad, le aconseja que vaya a ver a un hombre que le será fiel: Eumeo, el porquerizo. Es en el canto XIV donde ambos conversan y Odiseo le revela su verdadera identidad.

El regreso (2024), de Uberto Pasolini

Puede aceptarse asimismo la versión, acaso más fidedigna, de que Atenea no dejó que Eumeo notara tan pronto que estaba ante su rey. Los directores de cine han querido que el reconocimiento por el pastor sea temprano, como también lo será por Telémaco. Recuérdese la emocionante escena que concibe Andréi Konchalovski en su elogiada miniserie La Odisea (The Odyssey, 1997). Sin embargo, según el poema épico, el hijo se encuentra con el padre al regresar de Esparta persuadido por Atenea, después de llevar un tiempo buscándolo. Cuando Telémaco vuelve a Ítaca, Odiseo, sin que aún se sepa de su identidad, se ha recuperado física y emocionalmente para tramar la venganza. Atenea vuelve a tomar cartas en el asunto en un ardid de ocultación.

Ahora, ¿el disfraz de pordiosero es tan efectivo que nadie puede identificarlo? Ni dios ni mortal lo reconocen antes que su perro Argos. Esto ocurre en el canto XVII. Existen varios cuadros, aunque tal vez ninguno mejor que el de Briton Rivière, llamado Ulises y Argos (1873), donde se compone esa hermosa y triste escena. Experto en pintar animales salvajes, Rivière confesaría en una ocasión: «Nunca se puede pintar un perro a menos que le tengas cariño». Él captó la esencia del conmovedor momento. A pesar de que muestra a un rey mendigo de figura esbelta y atractiva, la atención recae en el can pulgoso y abandonado.

Uberto Pasolini

Al ver a Odiseo vivo, se cuenta que Argos bajó las orejas, movió la cola y murió. No pudo levantarse ni ladrar. Mas logró esperarlo para un último saludo. El héroe, absorto ante tamaña fidelidad y memoria, derramó una lágrima en las puertas de su palacio. Me parece —casi estoy seguro— que Konchalovski, en su Odisea, obvió el encuentro entre perro y amo. En El regreso (The Return, 2024), Uberto Pasolini —sin relación alguna con Pier Paolo Pasolini, aunque es sobrino de Luchino Visconti—, sí tiene muy en cuenta el episodio de entrañable anagnórisis. La manera no puede ser más sencilla y sugerente. El supuesto mendigo entra luego y camina entre los pretendientes de su esposa. Para ellos, la isla es imán, laberinto, ¡el mundo entero! Lo arriesgarán todo. Pues no solo es casarse con una reina tejedora cuanto importa.

Algunos pudieran pensar que El regreso necesitaba más presupuesto. No es rimbombante en su puesta en pantalla. No presenta a ningún dios. Aquí los dioses están incorporados a lo humano, insertos en las particulares creencias de la época. El cineasta italiano no ha descuidado en absoluto ni visualidad ni guion. La fotografía del contexto exterior es tan llamativa como esos contrastes del claroscuro de los espacios interiores que conciertan una atmósfera angustiosa, repleta de misterio, sobre todo en el palacio real. Hay una clara desmitificación de la figura de Odiseo (Ralph Fiennes). Es como si se quisiera colocar al héroe en una circunstancia realista.

Desde el drama histórico, la película de Pasolini es una reinterpretación de La Odisea. Víctima el protagonista tras haber sobrevivido a los estragos de una guerra —«sobrevivir no es siempre la alternativa más hermosa»—, presa Penélope (Juliette Binoche) de la espera, y ambos del paso del tiempo, la trama pide espectadores más calmados: es lenta y muy introspectiva. Personajes que dudan y, sin embargo, se aferran a la supervivencia para buscar un tiempo mejor. No es de la nostalgia de lo que trata o alude, sino de la recuperación de cierta armonía para enfrentar el presente. Ya nada será igual. Aunque quedan algunos recuerdos, los ánimos corporales y los sentimientos variaron. Pero la casa propia y el contexto exterior pueden tener un panorama confortante. Odiseo, sin terminar de sanar sus heridas internas, tiene que optar, de momento, por contenerse para cambiar el ambiente de desolación con el que su cuerpo devastado se topa. Es un cuerpo exhausto. En un instante, al evocar los sucesos de la ciudad de Troya, dice que lo que no se puede conquistar hay que destruirlo. En esta etapa de sanación física y rescate material, su conflicto se centra entonces en cómo retomar cuanto le pertenece sin destruir más.

El regreso

«¿Cómo pueden hallar la guerra y no el camino a su hogar?», pregunta Penélope, aludiendo a su esposo y los soldados que marcharon con él. Son interesantes todas las ideas pacifistas que se manejan. Sin embargo, Odiseo es portador de la guerra. Cuando Eumeo (Claudio Santamaría) le recomienda que se olvide de ella, el rey oculto le insinúa que, con su regreso, habrá necesidad de revivirla. El criado, que ha advertido ante quién está, le habla como un viejo amigo y le pide que piense en la reina: ¡Ya ha sufrido bastante! Después de asimilar pensamiento tras pensamiento durante la primera hora, el espectador asistirá a ritmo, tono y contenido diferentes. Pero para percatarse de eso tiene que saber esperar.

Entre la desolación y los silencios, el desquite y la esperanza, El regreso, como adaptación para nuevos tiempos, homenajea a ese gran clásico de la literatura universal y a Odiseo, el gran errante, el fecundo en ardides, quien necesita ya el descanso, aunque previamente tenga que preparar las condiciones oportunas para lograrlo. El camino que escoge es bien conocido.

Etiquetas: El regresoJuliette BinocheLa OdiseaOdiseoRalph FiennesUberto Pasolini
Daniel Céspedes

Daniel Céspedes

Crítico de arte y ensayista. Colabora con numerosas revistas. Ha preparado la compilación y prólogo de «El crítico como artista y otros ensayos» (Editorial Arte y Literatura) de Oscar Wilde.

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