Ya no resulta demasiado alarmante para el público el hecho de que alguna producción hollywoodense acapare titulares e inunde redes sociales debido a cuestiones extracinematográficas. A finales de 2020 le tocó el turno al nuevo filme de Robert Zemeckis, Las brujas (The Witches), basado en la novela homónima de 1983 del escritor británico Ronald Dahl, una famosa historia de terror para niños. Infinidad de activistas y hasta la comisión organizadora de los Juegos Paralímpicos mostraron su indignación debido a que las brujas de Zemeckis fueron caracterizadas por una malformación de las manos, similar a la ectrodactilia, y catalogaron a la película de «discriminatoria y estigmatizadora».
Puede que los apasionados cuestionamientos éticos sobre la dimensión física de los personajes haya desvirtuando un tanto el análisis del filme per se, así como de su posicionamiento dentro de la filmografía de un director que durante años ha marcado con fuerza su paso por la gran pantalla. Lo cierto es que poco logramos encontrar «aroma a Zemeckis» en esta historia de un niño (Jahzir Bruno) que, luego de perder a sus padres en un accidente, debe mudarse con su abuela (Octavia Spencer) a un pequeño pueblo de Alabama, donde conocerá de la increíble existencia de las brujas. Su huida a un lujoso hotel les hará coincidir con la celebración de un aquelarre organizado por la gran bruja (Anne Hathaway), quien desea convertir a todos los niños del mundo en ratones.
El inicio resulta prometedor, con el narrador intradiegético, la excelente ambientación de los años sesenta, la poética imagen de la nevada inversa en ralenti devenida accidente, la sensible construcción del personaje de la abuela y su lucha por sacar al nieto de la depresión, la imaginativa y espeluznante descripción de las brujas y el primer encuentro del chico con una de estas hechiceras en la tienda del pueblo. Todo nos sumerge en un mundo de «fantasía terrorífica», cuyos códigos estamos dispuestos a asumir con total placer. A nuestra mente acuden títulos pertenecientes a ese megagénero mixto, que algunos denominan «cine fantástico de terror infantil»: Monster House (2006), Coraline (2009), Pesadillas (2015), La casa del reloj en la pared (2018). Mas nuestras expectativas comienzan a diluirse rápidamente.
Puede que la mayor contrariedad radique en la indefinición genérica del filme de Zemeckis. ¿Fantástico, terror, comedia, cine familiar? Se asoma a todos los terrenos, sin llegar a definir sus verdaderas intenciones… o, al menos, a elaborar una estrategia discursiva que fusione todos los géneros de manera orgánica, como lo han hecho otras producciones cinematográficas en los últimos tiempos. Algunos críticos plantearon que debió adentrarse en una perspectiva más psicológica para encontrar el terror dentro de la fantasía del mundo infantil. Lo cierto es que la verdadera intención del director —y los demás guionistas— nunca nos queda clara, porque el filme no supo encontrar su tono. Y una escena como la de la explosión-conversión de las brujas, que pudo resultar sarcásticamente aterradora, termina mostrando una inflexión de parodia infantilizada.
Las brujas no ostenta el humanismo dramático de aquellos filmes del director que se «apegan» más a la realidad, como es el caso de Forrest Gump (1994) o Náufrago (2000). Pero tampoco posee la gracia del binomio aventura-comedia romántica presente en Tras el corazón verde (1984). No es capaz de articular una simbiosis entre universo fantástico, humor y cuota melodramática, como lo hiciera la inolvidable saga Regreso al futuro (1985, 1989, 1990). De más está decir que dista mucho del encanto de la historia, la original combinación de personajes reales y dibujos animados, así como de la hondura fílmico-conceptual (tratamiento del cine dentro del cine, homenaje al cine clásico hollywoodense, empleo de códigos del neo-noir, etcétera) de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988).

De La muerte os sienta bien (1992) conserva un leve aroma, sobre todo en la construcción de la gran bruja, que destila una esencia en algunos aspectos cercana al glamour humorísticamente aterrador de Meryl Streep, Goldie Hown e Isabella Rossellini. Tampoco advertimos esa habilidad de Zemeckis para sacar todo el provecho posible en cuanto a animación y efectos especiales, como lo hiciera en Forrest Gump o con el uso del mocap (motion capture) en El expreso polar (2004), Beowulf (2007) y Cuentos de Navidad (2009). Los ratoncitos que protagonizan este filme y el gato de la gran bruja, generados por computadora —Computer Generated Imagery (CGI)—, no pueden catalogarse como el mejor de los resultados en cuanto a técnicas de animación, sobre todo si nos remitimos a ejemplos que han marcado historia como Stuart Little o Pérez, el ratoncito de tus sueños, sin olvidar otros más recientes y mejor logrados como el del perro de Harrison Ford en La llamada de lo salvaje.
Pero tal vez pudiéramos plantearnos la idea —si nos esforzamos en salvar a Zemeckis— de que muchas veces un director puede ser víctima de las presiones de los productores, máxime cuando se trata de cineastas prestigiosos (Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón en este caso), con poéticas muy particulares. A ello podría agregarse el hecho de que la idea original partió de Del Toro, quien en 2008 comenzó a mover los primeros hilos para realizar una nueva adaptación de la novela de Dahl, esta vez en stop motion, proyecto que saldría a la luz una década después, cuando se contrató a Zemeckis para escribir el guion (junto al propio Del Toro y al creador de espectáculos humorísticos televisivos Kenya Barris), así como para dirigir el remake.

Sin embargo, el argumento se nos desmorona cuando tampoco advertimos suficientes guiños autorales de estos cineastas, quienes poseen importantes títulos cercanos a estos géneros dentro de su filmografía. A pesar de que ambos —Del Toro y Cuarón— han trabajado el mundo de la fantasía y el terror, no encontramos en Las brujas la magia de los universos ficcionales a que nos tienen acostumbrados. Del Toro, por ejemplo, suele partir de un cuento cercano a la fábula para luego añadirle elementos de terror. Un ejemplo de ello es la violencia contenida en algunas secuencias de La forma del agua (2017), a pesar de su aparente inocencia, así como la tétrica y agobiante «realidad» de la historia y los personajes de El laberinto del fauno (2007) y el agudo tratamiento sociológico de una época, vista desde las fabulaciones propias de la psicología infantil. Mas nada de ello lo encontramos en el filme de Zemeckis.
Tampoco hallamos el hechizo —tanto visual como desde la historia— de Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004) o de Gravedad (2014), si pensamos en la filmografía de Cuarón. Mucho menos el concepto con que trabaja este cineasta el movimiento de la cámara —que deviene alegoría visual de la psicología de los personajes— o las herramientas fílmicas en general, puestas en función de crear una simbiosis entre el espectador y la acción diegética —como en el caso de Hijos de los hombres (2006).
Y de más está decir (pues ya hablamos del deficiente empleo de la CGI en el filme de Zemeckis) que poco o ningún lazo vinculante existe con esa faceta tecnológicamente vanguardista de Cuarón, que le hizo involucrarse en el desarrollo de instrumentos y técnicas —fundamentados en principios científicos— que le permitieron hacer un uso magistral de la luz y el espacio en filmes como Gravedad. Por último, pudiéramos señalar que Las brujas tampoco posee la grandilocuencia y espectacularidad de las ambientaciones presentes en los filmes mencionados, lo cual hace resentirse el proceso de fascinación del espectador, pues mucho pudieran aportar al universo fantástico que se intenta recrear.
Mas no todo resulta reprochable en el filme de Zemeckis. Vale destacar la correcta dirección de fotografía del experimentado Don Burgess, así como la espectacular banda sonora de Alan Silvestri, quien ha colaborado con el director en veintidós ocasiones, luego de su primer trabajo juntos en Tras el corazón verde. Las actuaciones también pueden ser salvadas, con el mayor mérito para el sensible personaje sureño de la abuela (de la mano de Octavia Spencer), pero sobre todo en la caracterización que Anne Hathaway realiza de la gran bruja.
En primera instancia resulta un desafío interesante convertir —de manera convincente— a la angelical actriz en una aterrorizante bruja. Nuestra cultura visual hace que la identifiquemos inmediatamente con la tierna Mia de El diario de la princesa (2001 y 2004), con la Ella de Ella está encantada (2004) o con la etérea Mirana, la reina Blanca de Alicia en el país de las maravillas (2010), pero jamás con Miss Eva Ernst, la gran bruja con acento escandinavo y melena «a lo Marylin Monroe».
Hathaway se enfrentó al duro reto de interpretar el papel que magistralmente encarnara Anjelica Houston en la adaptación de la novela de 1990 (La maldición de las brujas, de Nicolas Roeg). Pero elabora —tanto desde la dimensión física como psicológica de su personaje— una divertida interpretación que de cierta forma parodia el glamour de la femme fatale del cine hollywoodense y que se acerca al estilo fisionómico e interpretativo (aunque no emocional) de aquellas Brujas de Eastwick (George Miller, 1987) interpretadas por Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer y Cher.

La actriz nos ha sorprendido con sus dotes histriónicas y su vis humorística, al salirse del encasillamiento actoral al que la tenían condenada. Para construir a su gran bruja hace una suerte de collage físico y psicológico que muy bien le sienta al personaje. La temible Eva Ernst es una mezcla de villanas de los animados infantiles, a medio camino entre la elegancia de Maléfica y de la reina obsesionada con la belleza de Blancanieves…, pasando por la maldad de la burguesa Cruella de Vil y hasta por el espíritu calculador y bufonesco de Úrsula.
A ello añade una pizca de la perversidad del Pennywise de It (2017), incluyendo su carácter simbólico como personaje-payaso «amado» dentro del universo infantil y su aterradora sonrisa debido a una boca diabólica y gigantesca. Cercana también a las transformaciones terroríficas y al humor plagado de gesticulaciones de Jim Carrey en La máscara (1994), continúa luego mixturando cierto aire sensual y las zarpas felinas de una Gatúbela, fusionada con otro villanos —y hasta héroes mutantes— de la Marvel: Harley Quinn, el Joker, Lady Deathstrike y hasta el propio Wolverine con sus garras de acero.
Pero más allá de esos aciertos que pudieran denotar manos experimentadas y talentosas moviendo los hilos fílmicos, Las brujas —y su terror «infantilizado», con huidas de los niños-ratones al estilo travesuras de Tom y Jerry— resulta una película familiar entretenida, pero nada más. O tal vez sea un filme —con mejor factura— como tantos de los que cada año se estrenan en vísperas de Halloween, en un intento por apropiarse de las costumbres anglosajonas.