En un ensayo anterior publicado en la Revista Cine Cubano analicé el valor sentimental del desnudo femenino en Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), que alcanza allí una particular consistencia narrativa. Si bien dicho largometraje de ficción producido por el ICAIC contiene el mayor número de imágenes de ese tipo en la década del sesenta, La muerte de un burócrata (1966), también de Titón, constituye su antecedente inmediato al incluir una escena de desnudo, que podría calificarse como prematura marca de estilo o voluntad autoral[1].
Pero antes de analizar esta escena, estimo pertinente mencionar algunos pasajes del filme que nos adelantan su intención de comentar —a modo de nota antropológica— acerca del flirteo en el lugar de trabajo, territorio de burócratas y funcionarios que observan a las mujeres con indiscreción. Hay allí un ardor latente, una desesperación contenida, que justificará un desenlace más o menos voluptuoso.
Cuando la viuda de Paco (Silvia Planas) y su sobrino Juanchín (Salvador Wood) son conducidos a la oficina de Medina para discutir sobre la necesidad del carné laboral del difunto para que ella pueda reclamar su pensión, el funcionario les da la espalda y se pone a observar por la ventana a una empleada que se ajusta las ligas de sus pantis en la oficina contigua. Esta acción resulta tan absurda como el hecho de que el difunto fuera enterrado con ese documento por ser obrero ejemplar (había inventado una máquina que producía bustos en serie de José Martí).
La situación se repite cuando Medina le mira el trasero a la oficinista mientras ella se inclina para hurgar en un armario, no sin que antes Juanchín acomodara un pisapapeles en forma de cañón (discreto leitmotiv o símbolo fálico) que le apuntaba desde el escritorio. Al parecer, Titón no dudaba a la hora de representar al hombre cubano como sujeto deseante, que invierte más tiempo en elucubraciones sexuales que en su profesión.
En otra oportunidad, cuando Juanchín regresa al taller de su jefe, el señor Ramos, para pedirle una firma que lo autorice a faltar al trabajo para exhumar el cadáver de su tío, el directivo apenas le presta atención, pues está ocupado indicándoles a los dibujantes de su nueva campaña contra la burocracia cómo perfeccionar el dibujo anatómico de unos bíceps. Se trata de brazos musculosos con el puño en alto (emblema del poder revolucionario). También figura allí un modelo negro con el torso descubierto que posa para ellos. En ese ambiente competitivo, donde el señor Ramos se creé rey y semental, este desnuda su brazo como alarde de fuerza viril, mientras posa su mirada en la secretaria. Estas son apenas algunas señales de Titón para hacerle entender al espectador que en algún momento se producirá un encuentro cuerpo a cuerpo.

Antes del desenlace somos testigos de un nuevo incidente que convierte a la mujer en objeto de deseo de la mirada masculina. El señor Ramos les explica a sus empleados lo siguiente: «En la carroza que saldrá como culminación de la campaña irá un grupo de compañeritas del departamento con uniformes como este, representando al proletariado. Dentro del féretro irá el cadáver de la burocracia. La compañerita Bendoiro asestará un golpe al cadáver burocrático cada vez que intente levantar cabeza».
La modelo en bañador se pasea semidesnuda frente a un grupo de caballeros vestidos de traje para ilustrar el nuevo concepto publicitario a modo de sorpresa, como si se tratara de una discreta fantasía colectiva o de una despedida de soltero. Esta escena de humor negro adquiere mayor connotación cuando salen al pasillo y una monja observa con rubor el cuerpo ligero de ropas de la modelo, que va escoltada por ese grupo masculino.
En los minutos finales de la cinta, el señor Ramos y Tania (su secretaria), una rubia despampanante que nos recuerda intencionalmente a Marilyn Monroe —no en vano el director incluye su nombre en los créditos de inicio—, disfrutan de una coreografía bastante exótica y sensual en un cabaret nocturno, ejecutada por gráciles bailarinas (regresa aquí el fantasma de la rumbera como torbellino erótico); lo cual servirá de componente afrodisíaco para una noche de tragos y coqueteo que terminará en la alcoba.

Juanchín había ido a visitar a su jefe a esas horas para pedirle un último favor. Una vez que logra huir de la empleada doméstica y del perro, ve a la pareja entrando a la casa. Así es como termina escondido en el clóset de la habitación donde irán a parar los amantes. Allí es testigo involuntario de su intimidad:
—Qué corriente es usted. Ay, pero, ¿y esto qué cosa es?
—Nada, nada.
—Préstemela, no sea malo.
—No, no, no. Con eso no se juega.
—¿Y usted nunca la usa?
—Bueno, hace tiempo.
—Pum, pum, lo maté. (Risas)
—No le hagas eso a tu papito. Dame acá.
—Ay, no me la guarde. Malo, malo, abusador.
Hasta aquí hemos escuchado el diálogo sostenido —fuera de campo— por los sexuantes, lo cual potencia la curiosidad e imaginación erótica de un espectador que cree estar perdiéndose el acto físico hasta descubrir que solo se trataba de una broma de doble sentido, cuando Ramos guarda su pistola en el mismo clóset donde se escondía el intruso. Todo ese preámbulo no es más que un juego risueño y pícaro, mediante el cual víctima y victimario exploran sus cuerpos antes del coito.

«Ay, cuidado no se trabe, señor Remo, digo, Ramos», exclama ella mientras su jefe le abre el zíper del vestido. Juanchín contempla la escena a través de la abertura de la puerta del armario, pero no con picardía, sino sudado y tembloroso por miedo a ser atrapado. La espalda desnuda de la mujer —quien luego da saltos por toda la habitación— fue lo más lejos que Titón pudo llegar en esta escena, ya que la actriz pronto se coloca una almohada delante para evadir la explicitez, mientras se burla de su macho porque no hace ejercicios.
Aunque se trata de un desnudo parcial (estratégico) por la permanencia de la ropa interior o la interferencia de la almohada, lo curioso aquí es la perspectiva del voyeur («rascabuchador» o «mirahuecos» en cubano, «mirón» o «fisgón» en un registro más amplio), a cargo de un personaje sin apetito ni malicia sexual, atormentado por la burocracia y los disímiles obstáculos que le impiden conseguir su objetivo. De modo que su participación es involuntaria, descomprometida y neutral. Cuando apagan la luz de la habitación y ella grita: «¡Ay, la mano…!», el protagonista piensa que lo han visto, pide disculpas y sale despavorido.
Anteriormente se había quedado encerrado en un edificio de oficinas, del cual escapó por la ventana, generando un alboroto público, similar al provocado por el «encueruso»[2] de Las doce sillas (1962), también de Titón. Esta vez no lo confunden con un exhibicionista, sino con un suicida, homenaje al clásico del cine mudo, Safety Last! (El hombre mosca, Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, 1923), en el que Harold Lloyd cuelga de las manecillas de un reloj en lo alto de un rascacielos.
No hago la observación para aplaudir la habilidad de este cineasta a la hora de manejar citas y referencias, sino para destacar el hecho de que la escena de desnudo femenino en La muerte de un burócrata tampoco alcanza una dimensión erótica, pues es saboteada por el absurdo de una situación jocosa, típica de la comedia, tan simpática como la noticia de que el Departamento de Aceleración de Trámites obtuvo el primer lugar en una competencia de pimpón.
[1] Aunque ya en Las doce sillas (1962) Titón incorporó la primera secuencia de desnudo masculino de su filmografía, me refiero aquí a su interés por el desnudo femenino que desarrollará en Memorias… Consultar mi artículo «La angustia del stripper» en: https://www.hypermediamagazine.com/columnistas/showroom/la-angustia-del-stripper/, publicado el 29 de febrero de 2020.
[2] Buscaba la mejor palabra en castellano para describir al personaje que aparece desnudo en el filme, pero preferí la voz popular cubana «encueruso», que no está reconocida por la RAE, antes que «encuerado» y armonizar así con el tono de comedia de la película. Para determinar su correcta escritura consulté el artículo de Pedro de Jesús, «¿Con z o con s?», en http://www.escambray.cu/2019/con-z-o-con-s/, consultado 6 de septiembre de 2020.