Si algo motiva de modo particular del espacio televisivo cubano «La 7ma puerta», que conduce el colega Rolando Pérez Betancourt, es la diversidad de cinematografías nacionales que están representadas en su programación. Ahora tuvimos la oportunidad de deleitarnos con un filme reciente: Corpus Christi (2019), coproducción entre Polonia y Francia, cuyo joven director, Jan Komasa, confiesa haberse inspirado en una nota periodística que luego derivó en una trama original.
Daniel, de apenas 20 años, siente una profunda vocación por el sacerdocio, quizás deslumbrado por la franqueza con la cual se manifiesta el cura del reformatorio donde cumple sanción por homicidio. O tal vez no sea una vocación propiamente dicha, sino una atracción inexplicable. De la misma manera que un niño sueña con ser bombero, electricista, boxeador, torero o piloto, Daniel quiere ser predicador. La vida le da una oportunidad de vestir los hábitos, que no hacen al monje, pero en su caso le permitirán transformar la misa y otras liturgias durante cuatro meses, en una pequeña y recóndita comunidad polaca.
Para entender el contexto en que se desarrolla Corpus Christi hay que empezar por tomar en cuenta la prevalencia de la iglesia católica en Polonia, donde sobrevivió al período comunista, y que figura entre las diez primeras naciones por el número de sus feligreses. Repetidamente ocupada por potencias extranjeras a lo largo de su historia, Polonia afincaba su sentido identitario en la institución eclesiástica. La elección de Juan Pablo II al trono papal, en 1978, reforzó la adhesión al catolicismo en su tierra natal e incentivó el papel de la iglesia dentro de la vida social y cultural de su país.

Por otra parte, de la misma forma que la emigración es un tópico omnipresente en la cinematografía cubana, ya sea de modo explícito o tangencial, el cristianismo lo es en el caso polaco. Un breve paneo nos lleva a dos ejemplos dentro de la obra de Jerzy Kawalerowicz, Madre Juana de los Ángeles (1961), algunos de cuyos planos recuerdan La pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1928), y Quo Vadis? (2001), cuyo drama se desarrolla cuando comenzaba a entronizarse el cristianismo entre las capas populares de la antigua Roma.
En este mismo sentido, en 2013, Paweł Pawlikowski gana fama internacional con su filme Ida, sobre una joven que, a punto de convertirse en monja, descubre su origen judío. Mientras que In the name of (2013), de la cineasta Małgorzata Szumowska, aborda el tema de la homosexualidad entre los sacerdotes católicos, no con ánimo de reproche, sino en defensa del sentimiento humano, reprimido por el sempiterno dogma religioso.

Desde otras aristas y con récord de espectadores, KLer (Clero, 2018), dirigida por Wojciech Smarzowski, cuenta sobre pedofilia y otros excesos de los sacerdotes católicos, al igual que el documental No se lo digas a nadie (2019), a cargo de Tomasz Sekielski, sobre los casos de abuso infantil dentro de la iglesia polaca.
Aunque Corpus Christi aporta una crítica evidente a las estructuras de gobierno, incluyendo la policía, la alcaldía y el sistema penitenciario, no aborda el fenómeno de la pederastia dentro del aparato eclesiástico. No obstante, sí cuestiona dogmas seculares como el celibato. En todo caso, lo principal es la controversia en torno a la fe y el servicio a Dios como atributos ponderables solo en aquellos seres que se han mantenido impolutos. Condena, asimismo, la intolerancia social, el fanatismo y la discriminación que insiste en dividir a los seres humanos no solo por su pertenencia a una clase social, sino también dentro de una escala donde un exconvicto será siempre un ciudadano de quinta categoría.

Tomando como pretexto una autoridad accidentalmente asumida, Daniel inicia un camino de sanación-expiación que tendrá que llevar hasta sus últimas consecuencias. Sin dudas, recuerda la tragedia de aquel famoso personaje creado por Víctor Hugo en su inmortal obra Los miserables, Jean Valjean, también exconvicto, que, obligado por las circunstancias y favorecido por la fortuna, logra encaminar su vida y ya no acepta que nadie sufra por aquello de lo cual es responsable. Tanto para Valjean como para Daniel, callar la verdad equivale a mentir. Pero callar para proteger y ayudar a otros, sin dañar a terceros, se puede. Callar para sacar ventaja a costa del suplicio de otros, no se puede. Ellos enarbolan principios morales que la sociedad no incorporaría, dado que solapan cualquier mandato jurídico basado en la defensa de la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad, aun cuando derive en una injusticia mayor.

Otro rasgo común entre Daniel y Valjean es que ambos serán perseguidos por el error que los convirtió en convictos. Sometidos a la desconfianza y al miedo y rehuyendo la confrontación con el pasado, parece que nunca alcanzarán a vivir en paz. Pero la actitud romántica y poco práctica de Valjean será superada por el pragmatismo de Daniel, para quien algunos obtusos fundamentos eclesiásticos carecen de lógica, de utilidad real y solo encierran perversión y dolor.

Apuntalada por numerosos premios y nominaciones (premio Label Europa Cinemas en Venecia 2019, nominada al Óscar 2020 y al Goya 2021 a mejor película extranjera y europea, respectivamente), la cinta cuenta con el relevante protagonismo de Bartosz Bielenia (Daniel), quien se alzó con el lauro al mejor actor en el Festival de Cine de Chicago. El guionista Mateusz Pacewicz repitió colaboración con Komasa en su siguiente filme: Sala samobójców. Hejter (2020), un thriller social donde vuelven a la carga con un personaje duro, socialmente desarraigado, que convertirá su paranoia en poder amenazante y manipulador a través del ciberespacio. Definitivamente lo de Komasa son los antihéroes dispuestos a sacar su mejor lasca de las miserias humanas y de la aberrante desigualdad.