No me malinterpreten, todo el mundo quiere un amor para siempre. Todos los seres humanos, lo que necesitan es amor. Ahora, el cómo se construye ese amor pasa por una serie de ideales moldeados más por la sociedad que por el individuo. Así, muchas personas piensan que llegarán conocer a alguien especial y único, con quien crear una relación, una familia para toda la vida. La trampa está en que también los conceptos «pareja» y «familia» son construidos bajo una norma social estrecha y cercana a la estructura aristotélica de un relato. Una base sólida que le permite a series como Bridgerton (Netflix) salir en streaming en diciembre de 2020 y aún en marzo de 2021 continuar despertando suspiros y los más variados contenidos en redes.
La primera temporada de la serie, producida por Shonda Rimes (Greys Anatomy, How to Get Away With a Murder) y Chris Vandusen —su creador—, está basada en la novela El duque y yo, de Julia Quinn, un texto que intenta revivir y actualizar el concepto de «amor romántico» utilizado en la literatura decimonónica, en la cual mientras más obstáculos debían padecer para amarse los protagonistas (muchas veces blancos, heteronormados, de clase media o alta), más exitoso sería su final feliz.
¿Qué cambia la serie de Netflix? Pues el color de la piel de varios de sus personajes y el de su protagonista masculino. Todos son de clase alta, en una Londres de 1813, donde la principal aspiración de las jóvenes es llegar al final de la temporada con pretendientes a desposarlas o con una boda segura.
Pero no todo es tan tradicional como se anuncia sinópticamente. Bridgerton intenta conversar con una audiencia joven y mostrarle a través de frases recontextualizadas lo que a Virginia Woolf le tomó todo un ensayo en Una habitación propia: aquellas bitches[1] que saben escribir, y por tanto pensar, tienen más independencia que el resto.
Todo lo anterior, con la adición de temas musicales actuales remasterizados al estilo clásico.
Está claro que, en el surgimiento de un contrato como el matrimonio, en el cual los hombres incluso podían ganar dotes económicas por las mujeres con las que contraían nupcias, era necesario involucrar algún recurso intangible, más allá de las supuestas comodidades y seguridades que le brindaría el nuevo esposo a la esposa. De ahí que la aspiración a un romance, a un tipo de amor idílico, se convirtiera en la herramienta perfecta para que las jóvenes desearan ansiosamente someterse a dicha transacción. Y es en el espíritu de desmontar esta situación que inicia Bridgerton, o que al menos lo trata con la gacetilla y la voz en off de Lady Whistledown (Julie Andrews), como figura narrativa clásica propia del género romántico.

Sexo y romance: amistades peligrosas
Una de las acciones dramáticas que más han repetido las actrices en varias producciones cinematográficas del siglo XXI es la masturbación como gesto de empoderamiento, y la reivindicación del derecho al placer femenino, así como la visibilización de una práctica sexual que siempre ha estado ahí, aunque poco se hablara de esta. Contrariamente a esta tendencia, la serie de marras vuelve a poner este gesto simbólico y liberador del universo femenino en las manos de los hombres, al ser el duque la primera persona que le habla del tema a la protagonista, Lady Daphne Bridgerton (Phoebe Dynevor).
Una de las preconcepciones acerca del universo femenino ha estado alrededor de la idea de que las mujeres lo hablan todo o hablan hasta por los codos. Teniendo el estereotipo una base en la verdad, y siendo este además utilizado varias veces en la serie, tanto para alejar uno de los pretendientes de Daphne, como para que ella misma indague sobre varios asuntos referentes a la sexualidad masculina, resulta cuando menos contraproducente que este personaje no supiera nada acerca del autoplacer. Uno de los ideales en los que se asienta la relación romántica heterosexual está basado en la facilidad que tiene la parte masculina de la pareja para convertirse en guía y descubridor de un universo desconocido por la frágil parte femenina, y aunque dramatúrgicamente se utilice en una escena para impulsar el erotismo entre ambos personajes, lastra el aire de independencia femenina que pretende mostrar el audiovisual para cada uno de sus personajes.
En muchos filmes o dramatizados románticos, cuando los amantes alcanzan el momento cumbre del beso apasionado o lujurioso, se toman fundamentalmente dos caminos en la construcción dramatúrgica de la ficción: uno es la conocida male gaze, donde las escenas de sexo están encaminadas a objetualizar a la mujer; y una segunda variante, la más clásicamente romántica, se soluciona con un corte por edición, y ambos amantes aparecen por el poder del montaje desnudos o bajo sábanas, luego de haber consumado su amor.

En ese sentido, la primera escena de sexo de Daphne y Simon Basset (Regé-Jean Page) no toma exactamente ninguno de esos caminos. Primero, es en esta escena donde la química entre ambos actores logra su total despliegue, en una secuencia que denota un ensayo de parlamentos, modulación de las voces, gestos, complementados por una fotografía intimista que muestra fragmentos de la interacción de ambos amantes, pero solo aquellos que simbólicamente aportan al romance. Todo lo anterior recreado con una banda sonora que no hace más que implicar emocionalmente a los espectadores en tan personal momento.
Esta forma de concebir la puesta en escena es también un resultado positivo del movimiento Me Too dentro del ámbito audiovisual norteamericano, y según han confesado los actores en varias entrevistas, también gracias a la importancia que tuvo para ellos la presencia de la coach de sexo Lizzy Talbot, cuyo trabajo ha tenido una gran relevancia en estos últimos años.
Cuando se piensa en varios audiovisuales que ponderan el amor romántico clásico (Sabrina, Pretty Woman, Orgullo y prejuicio), una de las principales cuestiones que se dejan fuera son las relaciones sexuales, lo que ha hecho pensar a muchas personas que el sexo es algo ajeno, o que cuando dos personas están enamoradas la química en las relaciones íntimas sucede sola. La consumación carnal del amor de Daphne y Simon introduce con fuerza esta variable en el binomio del amor romántico: el sexo. La consideración del duque, el entendimiento y la buena disposición del personaje para complacer sexualmente a su pareja, rompe con la masculinidad hegemónica que entiende las relaciones sexuales heterosexuales como un acto de exclusiva complacencia para el hombre. Y es ahí donde se produce una nueva idealización del héroe romántico, que es aquí un amante devoto y considerado con los deseos y placeres de su pareja.
Las chicas Bridgerton, unas más feministas que otras
No hay un solo tipo de feminismo. Esta es una idea que académicas, estudiosas y activistas han transmitido una y otra vez. La variedad de mujeres y de ideas y nociones respecto a cómo conducir la vida con libertad será siempre tan variada como personas existan. Por supuesto, el arte dramático, el cine, la televisión, el audiovisual en su totalidad necesita de representaciones condensadas en orden de un tiempo o de la historia que se desee contar. En ese sentido, no todos los personajes de la serie logran una construcción coherente de acuerdo a los principios feministas que defienden, así como tampoco respecto al desempeño dramático de cada uno.

Un claro ejemplo resulta el personaje de Eloise Bridgerton (Claudia Jessie), hermana de Daphne. Si existe una maquinaria poderosa creando esquemas y personajes arquetípicos dentro del cine, esa siempre ha sido la industria cultural hollywoodense, y actualmente, Netflix, con sus contenidos audiovisuales, como heredera. Muy pronto el personaje «rebelde» de cada trama se convierte en el de «la feminista», cuyo único objetivo es expresar parlamentos políticamente correctos y que vislumbren palabras clave de un movimiento mucho más complejo. En ese sentido, en Bridgerton, la hermana del medio queda reducida a un simple panfleto, que entre línea y línea pierde también su riqueza dramatúrgica. El principal conflicto dramático de Eloise es rebelarse contra lo establecido, pero en su rebelión no se observa lo más rico que tienen las acciones de insubordinación: la humanidad de la protestante.
Ni tan siquiera lo logra al final de la serie, donde ocurre el crecimiento dramático y también etario y social del personaje, que, aunque tiene su momento heroico al impedir que Lady Whistledown sea apresada, no es capaz de descubrir la verdadera identidad de la misma. Esto último es poco creíble, pues en el mismísimo final de la serie se deja entrever que la cronista de la ciudad es alguien extremadamente cercano a ella.
Contrariamente, a nivel dialógico, el personaje de Daphne Bridgerton logra empastar verdaderas líneas libertarias, desde el punto de vista feminista, pero solo en la actitud con su familia, pues en cuanto el duque aparece en escena vuelve a ocupar la mayoría de las veces el rol de damisela que necesita ser rescatada.
La decisión de Daphne
No obstante, hacia el final de esta historia la ficción sigue ponderando al hombre que no entiende ni es capaz de hablar de sus sentimientos, y en contraposición, la mujer que luchará por entenderlo, por cambiarlo, por hacer y soportar todo con tal de que el amor verdadero dure.

Aun soportando el concepto de libre albedrío, el cual sostiene la visión positivista que prima en la sociedad patriarcal, una de las líneas finales que le refiere su madre a la duquesa es tal vez el intento de subvertir la inercia que envuelve al amor romántico. La vizcondesa le expresa a su hija que el amor es una decisión. ¿Qué significa esto? Pues, coincidentemente con la forma en que la serie está dispuesta narrativamente, que no todo en una relación llega a su momento feliz con la unión matrimonial. El matrimonio es apenas un giro en la trama.
Las historias de amor como la de Daphne y Simon se convierten en ideales, por lo tanto, su realidad no es tal, pero al apelar a sentimientos humanos tan fuertes, en ocasiones se hace bastante difícil no desear para una misma una historia idéntica. Bridgerton es una serie romántica para personas del siglo XXI, de ahí que sea más difícil convencerlas de que este tipo de amor todo lo puede. Aun así, a ratos lo logra, ¡y de qué manera!
[1] La palabra en inglés se refiere a «perras», pero no en el sentido canino del término. Este vocablo anglosajón se utilizó primero de manera despectiva, pero varias representantes femeninas de la cultura pop lo han resemantizado y utilizado para empoderar a las mujeres.