Dos de los elementos fundamentales que le permitieron hacer cine al español Luis García-Berlanga (1921-2010) durante la dictadura franquista fueron: el nacionalismo costumbrista y la ausencia de la imagen y menciones al general Franco. Sin el símbolo de poder, los personajes relacionados con él pierden fuerza contextual ante la censura, reforzando el pacto ficcional de que es solo una película, un cuento, una anécdota.
Paradójicamente, son estos dos elementos los que Berlanga legará al cine y al audiovisual español. El costumbrismo y la alegoría son dos de los recursos que les garantizaron la popularidad a nuevos formatos como las series televisivas españolas de principios del milenio, dígase específicamente Aquí no hay quien viva (2003), Aída (2005) y Arde Madrid (2018), de más reciente producción, con la dirección y actuación protagónica de Paco León, quizás una de las figuras más berlanguianas de los últimos tiempos.

Más allá de las situaciones y los contextos, son los personajes y el tempo de montaje lo que une la obra de Berlanga con estas series. Su colectividad, los personajes humildes que viven sumergidos en la tragicomedia conectan de manera directa con la obra del director español, más que cualquiera de los seriados anteriormente producidos por la televisión nacional, lo cual le valió nuevos récords de popularidad en audiencias cada vez más interesadas por el cine y la televisión extranjeras.
La metáfora del extranjero, ya sea alemán o norteamericano, que no entiende España, pero logra cambiar un poco a sus habitantes y se lleva algo de la candidez española, aparecerá en Calabuch (1956) y seis décadas después retornará en Arde Madrid. Jorge (Edmund Gwenn), el científico atómico de Berlanga, se trasviste y llega a Madrid como la Ava Gardner (Debi Mazar) de Paco León: ambos sirven para plantear la representación que de sí mismos hacen los españoles ante el visitante. La idea de mostrar las mejores galas ante el extraño, pero también mirarlo desde la desconfianza, es un argumento que impulsa ambos productos audiovisuales. En el filme de Berlanga, para interrogar sobre la situación de una España empobrecida, y en la serie de León, para mostrar que aún en la cruenta dictadura existían grietas de relajación.

Asimismo, los personajes del simpático barrio del Madrid de 2005 de Aquí no hay quien viva tienen sus bisabuelos dramáticos en la Calabuch del 56; mientras, el Luisma (Paco León) de Aída, pillo, desaforado sexual, pero de buen corazón, debe mucho de su construcción al Langosta (Franco Fabrizi) del idílico pueblo mediterráneo que representa Berlanga.
En Calabuch, los oprimidos son amigos de los opresores: los presos, del carcelero; el toro, del torero, pues cuando se trata de antagónicos pobres y humildes, no hay diferencias, solo roles que cumplir. Y en ese paisaje tragicómico todos pueden vivir en un pueblo rural o en un edificio de la céntrica Madrid. En la España representada por Berlanga, todos nacieron en un pueblo costero, y con el paso del tiempo llegaron a la capital para convivir en edificios y capítulos seriados. Así, el pueblito apartado del universo autoral berlanguiano se convierte en el estudio televisivo donde se concentran los personajes devenidos símbolos. El barrio de sitcom de la calle Desengaño 21 es el nuevo pueblo español, y en el mismo, don Pablo (Pepe Isbert), el alcalde de Bienvenido, Mr. Marshall (1953), se convertirá en Juan Cuesta (José Luis Gil), presidente de la comunidad.

La obsesión con el «americano» será una trama que inmortalizará Berlanga en el filme anteriormente mencionado y durante toda su obra en sentido general, pero también se convertirá en línea argumental de los personajes seriados de propuestas como Aída. Así, Mauricio Colmenero (Mariano Peña), el dueño del Bar Reinols, nombra su negocio en honor al actor Burt Reynolds, e incluso es engañado en un capítulo por sus vecinos, quienes le dicen que el famoso norteamericano, de visita en España, pasará por su bar, ubicado en el barrio ficticio de Esperanza Sur.
Berlanga también sentará cátedra en cuanto a construcción de personajes femeninos, muchos estereotipados dentro de la comedia o la tragicomedia. Así, la condesa Eugenia (Mary Santpere) de la famosa Trilogía nacional o Leguineche —integrada por los filmes La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982)— se replicará, una y otra vez, en las grandes y vetustas damas de la comedia seriada española de los 2000.Eugenia (Marisol Ayuso), la madre corista de Aída (Carmen Machi); la Vicenta (Gemma Cuervo) y Marisa (Mariví Bilbao), de Aquí no hay quien viva, todas constituyen ese personaje femenino que, de la dramática y autoritaria Bernarda Alba de Lorca, se convirtió en melodramática mujer que más que hacer reír está ubicada para que se rían de ella, no solo por un físico alejado de los cánones de belleza, sino por un pasado glorioso que nunca volverá.

También puede pensarse en esta dama como la «matria», y a través de cada mujer de este tipo, o estereotipo, según se prefiera, se mira a la nación y sus diferentes situaciones por época. Claro que todos estos personajes tienen una nostalgia por el glorioso pasado, que, si bien es una característica del grupo etario que representan, la tercera edad, es también una de las claves para definir la psiquis nacional española: la mirada de una nación que fue poderosa, colonizadora, que quiso ubicarse en el mapamundi a fuerza de imponerse como imperio.
En esta búsqueda es interesante la construcción de la sexualidad masculina que manifiesta el cineasta. Si bien desde sus primeros filmes está presente el clásico bobo o loco de pueblo, este va transformándose en un desaforado sexual, que no sabe controlar sus impulsos, en el clásico masturbador. Pero detrás del humor que desempeña este tipo de personaje existe una alegoría a la impotencia que él trae consigo, a la poca habilidad que tiene él mismo de empoderarse y cumplir con su supuesto rol de masculinidad hegemónica. Así ocurre con Luis José (José Luis López), el hijo del marqués don José (Luis Escobar) de la Trilogía nacional, quien comienza como un absoluto obseso del onanismo y termina como un consumado esposo que intenta sacar las riquezas del país.

Hay detrás de este tipo de personaje la poca habilidad del hombre heterosexual español de hablar sobre el sexo, de verlo como un aspecto normal de la vida. Y esta imposibilidad, devenida a veces hasta en frustración, la heredarán personajes como el Luisma de Aída; Emilio (Fernando Tejero), el portero de Aquí no hay quien viva; y Manolo (Paco León), de Arde Madrid. Todos están presionados con cumplir un ideal de macho hispano, y más que una aspiración, se convierte para ellos en una opresión.

A esta situación de esquemas heteropatriarcales se suma la gran influencia y el peso que tiene la religión católica en el país, y la historia de censura y violencia que esta institución le ha traído a la nación española, la cual ha promovido la cultura de la masturbación como pecado, y, por ende, esta se convierte en una forma oculta y pecaminosa de liberación sexual.
Este tipo de personaje y su fijación con esta acción pudiera tomarse como una simbología para mirar varios procesos nacionales que quedaron truncos. Así, la democracia, la libertad, serían el acto sexual entre dos, que pocas veces logran estos personajes; y la dictadura, la corrupción política y las deformaciones de su monarquía, vendrían siendo las productoras de este tipo de individuo onanista que no puede comunicar confiadamente sus placeres y que tampoco es capaz de ofrecerlos a otros.

Para Berlanga, todo nace y comienza en el cine, es a través de este que los personajes que viven en sus pueblos se informan y divierten. Esta pasión cinéfila no sería heredada por sus bastardos televisivos. Ellos preferirían enfocarse en la última etapa del director, donde la televisión como medio de comunicación se convierte en un elemento para disfrutar o incluso aspirar a aparecer en ella.
Para el valenciano, que cumpliría cien años en junio de este 2021, la comedia fue primero su modo de burlar la dictadura, y luego se convirtió en la vía para criticar la democracia. En ambos propósitos, Berlanga creó las obras cómicas más absurdas, donde en los finales más trágicos se interroga aún hoy el futuro de la nación española.