Los calendarios marcan 1994, el año de las despedidas, al menos de aquella masiva en la que cientos de familias cubanas quedaron divididas, mar por medio. Carlos (Damián González) tiene 14 años y se apresta a disfrutar de sus vacaciones en un verano costero, circunstancialmente especial. Enmarcada en ese paréntesis temporal transcurre Agosto, la ópera prima del realizador cubano Armando Capó Ramos (Gibara, Holguín, 1979), que se alzara con el Coral en ese apartado de la edición 41 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Será aquel un mes de separaciones; un adolescente varón deberá asumir las responsabilidades socialmente aceptadas para su género, pero recrudecidas aún más por la precariedad económica, ante la ausencia del padre (Rafael Lahera) que, como tantos vecinos y amigos, dejará Cuba tras un mundo mejor en las orillas de la Florida.
Casi diez años debieron transcurrir para ver materializado el guion escrito a cuatro manos por Capó y Abel Arcos (La piscina, 2011). Luego de haber sido inicialmente rechazado por la industria cubana, comenzó un periplo internacional en busca de fondos y asesorías. Una triada de productoras integrada por Marcela Esquivel (Costa Rica), Claudia Olivera (Cuba) y Nathalie Trafford (Francia) llevó el proyecto a participar en 2014 en la Fabrique de Cannes y en el foro de coproducción de San Sebastián, del cual resultaron ganadoras. También obtuvieron algunos premios en el espacio Nuevas Miradas, una asesoría en Sundance, hicieron crowdfunding y ganaron su postulación al programa Ibermedia para completar el financiamiento. Así, según Olivera, la película estuvo en condiciones de retomar las conversaciones con el ICAIC y lograr su apoyo y acompañamiento.
La productora señala que la participación en esos espacios hizo que muchas personas ajenas al proyecto —con experiencia y diferente visión— se acercasen con sugerencias y por eso fueron todos esos años un período de ajustes, «que en verdad nunca termina, pues las películas se están escribiendo hasta el último minuto».

Agosto no es solo una película sobre los balseros, sino sobre lo doloroso de crecer en una circunstancia compleja, y eso puede ser la Cuba de 1994 o de muchos países africanos o latinoamericanos en el momento actual, expresa su productora por la parte cubana, y es cierto. Precisamente, su mayor ganancia es la presentación de tópicos y conflictos universales como la adolescencia, la pérdida de seres queridos o el despertar sexual masculino, pero marcados en el contexto del éxodo masivo durante el período especial, poco explorado hasta el momento, o al menos de esta manera, por el cine cubano.
En relación, viene a la memoria, quizás con un acercamiento distinto, pero recurrente en el tema migratorio, la cinta de Benito Zambrano Habana Blues, estrenada en 2005. En ella, los personajes pretendían salir del país gracias a un contrato de trabajo para promover su música, y en una de las escenas finales se muestra a la exesposa de uno de los protagonistas abandonando Cuba junto a sus hijos en una lancha financiada por su madre desde el extranjero, pero es solo un guiño… parte de un cuadro más amplio.
Olivera reconoce que fue esa la promesa que vendió desde el inicio la producción del filme, ese acercamiento más íntimo, desde una mirada adolescente que no juzga, pues aún carece de visión política, y vive lo que va pasando sin saber lo que significará en su vida, y señala: «Es esta una mirada desprejuiciada e inocente sobre un momento de Cuba que nos marcó a todos, y creemos que es necesario cicatrizar. A veces, desde el cine es más fácil hacerlo, sobre todo acompañados por este tipo de historias sencillas, de la cotidianidad, que reflejan eventos comunes, sin ser sensacionalista ni tremendista».
Al respecto, Capó comenta que, justamente, eso fue algo primordial desde los primeros esbozos del guion: utilizar el contexto como trasfondo, pero no traicionar la esencia más íntima del protagonista:
«Agosto es sobre un adolescente de 14 años, al cual lo que está pasando a su alrededor no es lo que más le interesa, sino las cosas cercanas: el primer amor, los padres, la escuela. También nosotros éramos así. Carlos corría el peligro de dejar de ser un personaje vivo que se puede comunicar con todo el mundo en cualquier lugar a partir de sus emociones. Si el contexto se traga al personaje, has traicionado la motivación principal, que era contar la historia de un muchacho, y por ahí siempre estuvo. Es algo muy difícil, que va desde cuando escoges las ropas o los colores, y el mismo hecho de ver la despedida a través de una ventana que te permita decidir hasta dónde quieres ver, hasta dónde es necesario o no».
Por eso, esta obra está contada en un registro mesurado, con una corrección de color que evitó las estridencias y utilizando un tempo quizás lento ante algunos ojos. No hay efectismos dramáticos ni catarsis desgarradoras, sino la presentación de los eventos en una estructura narrativa lineal y tradicional, mientras deja muchas veces fuera de plano imágenes que pudieran cargar las escénicas de un dramatismo más intenso, un interés que el director declara como prioridad durante el proceso creativo.
Es este, además, un filme en algún sentido autobiográfico, pues presenta, insertos entre los elementos de ficción (la mayoría), recuerdos, vivencias y emociones de su director, un gibareño que en 1994 tenía la misma edad del personaje, con el cual comparte también una relación de especial complicidad con su abuela (Verónica Lynn en la película), y de Abel Arcos, también adolescente en el mismo año, también residente de una zona costera, pero de La Habana: Guanabo.
Fueron estas las claves que definieron la estructura de la película: el mar como una presencia determinante, la observación de los acontecimientos contextuales desde cierta distancia, cuyo mayor acercamiento ocurre en el momento climático, cuando Carlos se involucra con un grupo que organiza una salida ilegal. Es entonces, como escribiera el periodista Yuris Nórido, que «después del clímax, el desenlace llega sin sobresaltos, como una metáfora entrañable y sutil de la capacidad de tantos de seguir adelante».
Aun cuando Agosto es el primer largometraje de ficción dirigido por Capó, graduado de Dirección de Documental en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), es este un creador de larga trayectoria en la realización de documentales, con títulos como Revelación (2008), La marea (2009) y La certeza (2012). Quizás ello haya influido en algunos de los recursos empleados para contar la historia, como el uso de la cámara en mano y la muy cuidadosa recreación epocal, con vestuarios, accesorios, muebles y apagones incluidos.
Al respecto, opina el propio Capó, «cuando empezamos a trabajar y ver archivos de la época ya tenían esa mirada documental, algo que siempre influye en una película con ese nivel de detalle. Por otra parte, aunque tuvimos pocos llamados, sí utilizamos varios sets y en muchos casos fueron locaciones reales (Santa Fe y Cojímar), y en muchas escenas las personas que aparecen son naturales de esos sitios, con sus propias ropas, caminando por lugares que conocen, y eso ayuda mucho y le deja ese aire de documental a la película».
Merecen especiales menciones los desempeños actorales. En el papel protagónico, Damián González, acompañado por Verónica Lynn, Rafael Lahera y Lola Amores como la madre de Carlos.
Los otros dos personajes adolescentes que acompañan a Carlos recayeron en Glenda Delgado Domínguez (Elena) y Alejandro Guerrero Machado (Mandy), cuyas actuaciones aportan notablemente a la calidad del filme. No se advierten en ellos ciertos vicios que quizás son más evidentes en los niños actores de obras como Viva Cuba (Juan Carlos Cremata e Iraida Maldberti, 2005), Y sin embargo (Rudy Mora, 2012) y Habanastation (Ian Padrón, 2011).
De los tres niños que intervienen en Agosto, solo Alejandro había trabajado en cine. Glenda y Damián venían de un grupo de teatro de aficionados y por eso no traían maneras de hacer tan marcadas, lo cual fue el resultado de la estrategia diseñada por la directora de casting, Rosa María Rodríguez: «Mi propuesta fue hacer un casting diferente, donde fuéramos a conocer a esas personas sin presiones y buscando la química que debe haber entre el director y los actores».
»Estuvimos casi dos años localizando grupos de teatros, niños potenciales, y cuando comenzamos la producción hicimos un casting muy grande, abierto con niños de la calle, hicimos una selección de 10, y con ellos se hizo un taller de un mes donde se utilizaron métodos de actuación específicos para hacerles entrar en confianza, que se conocieran, y hacerles sentir cómodos y también por eso se logró que fuera de esa manera.
»A partir de ahí lo hicimos así tanto con los actores adultos como con los niños. Una vez que logramos que se familiarizaran y compenetraran empezaron a entrenar juntos», explicó Rodríguez.
Capó señala que le resultó muy fácil el intercambio con los niños, porque se trabajó con mucha fuerza en lograr una confianza mutua, que los vicios se quedaran fuera, y luego de la confianza hacerles «saber que estás ahí para ellos y que los estás cuidando de no sobreactuar, ayudándolos a llegar a la intensidad o la emoción necesaria o exigirles cuando es importante. Hubo que hacer algunos pequeños cambios en el guion para que los personajes se parecieran aún más a los actores y así alcanzar mayor organicidad, pero todos son muy profesionales y verdaderamente, para mí, lo más sencillo fue el trabajo con ellos».
Para recordar sin odios, asumiendo las tristezas y añoranzas, llega esta película que ahora tiene su estreno oficial en Cuba, pero que durante los días del Festival demostró ser capaz de despertar intensas polémicas entre algunos detractores y muchos agradecidos que reencontraron en la pantalla la historia de común de 1994.
Sin excesos ni ánimos de juzgar, Agosto apela a las memorias colectivas de quienes vivieron ese momento de separaciones y les propone una mirada sanadora. Reconciliación, es esta una mirada al espejo del pasado donde encontrar las claves para vivir el presente.