La posproducción es uno de los procesos de la realización cinematográfica que más se ha favorecido con los avances tecnológicos.
El montaje, la elaboración de efectos visuales y el diseño y mezcla de la banda sonora se apoyan día a día en el desarrollo constante de la tecnología.
En el cine cubano esto no ha resultado de forma diferente, pero ocurrió un suceso que marcó un punto de giro en el desarrollo tecnológico de la posproducción en el país.
En 1995, la dirección del ICAIC decidió actualizar tecnológicamente el departamento de video. La preparación de la inversión resultaba un proceso complejo y Reynaldo Ayala, jefe de ese departamento, trabajaba de modo intenso en su elaboración. En más de una oportunidad hubo que reajustar el equipamiento y sus costos. Eran tiempos difíciles y parecía que aquella anhelada adquisición nunca se concretaría.
Finalmente, se logró reunir el presupuesto y se realizó la compra. Quienes quedamos en el departamento vivimos días de expectación. Sabíamos que estábamos a punto de adquirir un gran número de equipos nuevos y nos sentíamos entusiasmados.
En la noche del 23 de julio de 1995 llegó el equipamiento. Lo recibimos como niños que recogen juguetes en el Día de Reyes. Habían arribado infinidad de dispositivos: accesorios para el telecine, una cámara de video de última generación, piezas de repuesto para el taller, máquinas grabadoras Betacam, equipamiento para todo el departamento…
Pero algo realmente llamó nuestra atención, y fue el set de edición digital: un AVID Media Composer. Era un aparato completamente fuera de lo común. Con él se podía editar, por primera vez en Cuba, en una computadora. Por su complejidad fue el último dispositivo que se desempacó y ensambló. El proceso llevó varias horas.
Todo no fue color de rosas, más allá del reducido número de personas que lo manejaban, hubo que demostrar la ventaja de utilizar ese equipamiento. Hoy parece insólito, pero sí, aquella nueva tecnología contó con muchísimos detractores.
Finalmente, al amanecer del 24 de julio (alrededor de las 7:10), logramos encender el AVID. Ese momento marcó un hito en la historia de la posproducción digital en el cine cubano.
Aunque el equipo comenzó a funcionar desde el primer encendido, aprender a utilizarlo fue un proceso complejo. Quiénes realizaron la inversión, Reynaldo Ayala y el editor Rubén de la Torre, apenas tuvieron tiempo de aprender su funcionamiento. Nos adentrábamos en un universo novedoso y completamente inexplorado en Cuba. Era una época en la que no se disponía de Internet, ni había personas a las que consultarles en todo el país. Los especialistas se encontraban a centenares de kilómetros de la Isla, y el único modo de comunicación era a través de una costosísima llamada telefónica internacional. Se disponía únicamente de manuales de más de 500 páginas y con una terminología totalmente desconocida. No quedaba más remedio que estudiar y hacerlo con mucha intensidad.
Un mes y una semana después, el camino comenzaba a aclararse. A principios de septiembre se daban los primeros pasos en la edición de un documental. El proceso fue engorroso y abarcó dos meses. Aunque hoy parezca evidente, en aquel momento comenzábamos a comprender que aquel equipo permitía realizar no solo la edición, sino todo el proceso de posproducción de un material audiovisual, en una sola estación de trabajo. Se había transitado de la edición en las tradicionales moviolas a un sistema completamente computarizado.
Poco a poco y tras muchísimo esfuerzo se empezó a utilizar el AVID en nuevos proyectos. Pero todo no fue color de rosas, más allá del reducido número de personas que lo manejaban, hubo que demostrar la ventaja de utilizar ese equipamiento. Hoy parece insólito, pero sí, aquella nueva tecnología contó con muchísimos detractores. Finalmente los beneficios de su uso resultaron evidentes y cada vez se realizaban más trabajos en aquel dispositivo.
Fue entonces que surgió otra incógnita: ¿cuál sería la «plantilla» de operadores del AVID? ¿Quiénes tendrían «derecho» a sentarse a editar en él? Los debates se extendieron durante un tiempo hasta que la dirección del ICAIC tomó una sabia decisión: el AVID no tendría una plantilla fija. En él trabajaría aquel editor que estuviera capacitado y fuera solicitado por un director. Meses después, en febrero de 1996, se impartió un taller sobre el funcionamiento del equipo. Más allá de aquel curso, la vida demostró que quienes se esforzaron por estudiar y aprender de forma individual fueron quienes pudieron editar en el AVID.
Además de todas las ventajas tecnológicas de aquel equipamiento, hubo otro hecho que marcó su trascendencia. Instalado en un local del quinto piso del ICAIC, el AVID comenzó a aglutinar a un importante grupo de jóvenes realizadores. Entre ellos: Aarón Vega, Ian Padrón, Ismael Perdomo, Léster Hamlet, Pavel Giroud, Leandro Martínez, Esteban Insausti, Josep Rodríguez, Jorge Luis Sánchez. Todos lo frecuentaban y dialogaban sobre sus proyectos en realización o en perspectiva. Más que un lugar donde se utilizaba un equipamiento de punta, se convirtió en un sitio donde se debatía sobre arte.
Con el paso de los años se normalizó la utilización de aquella tecnología. En ese equipo se llegaron a editar más de 800 materiales audiovisuales de todo tipo. Documentales, cortos y mediometrajes de ficción, videoclips, materiales publicitarios, apoyo audiovisual para espectáculos y otros muchos, se realizaron en aquel dispositivo. Hubo momentos en que prácticamente no se apagaba. Terminaba un turno de trabajo y comenzaba otro, casi continuamente.
Pero el paso del tiempo es inexorable. Más de diez años después de haber comenzado su labor, en 2005, sus características tecnológicas habían envejecido. Se mantenía funcionando como el primer día, pero los equipos más modernos lo superaban ampliamente en parámetros de imagen y velocidad de procesamiento. Fue entonces que se decidió desinstalarlo. Con gran pesar se realizó el proceso y aquel primer AVID se desmontó por obsoleto, pero en plenitud de funcionamiento.
Hoy la posproducción se ha diversificado y complejizado. Cada una de sus etapas se realiza en plataformas individuales, con una intensa aplicación de las innovaciones tecnológicas.
Han pasado más de 25 años, pero quienes vivimos aquel momento, nunca olvidaremos el amanecer del 24 de julio de 1995. Ese día marcó un antes y un después para la posproducción del cine en Cuba.