En la actualidad, los viejos paradigmas de la comunicación que centraban su concepción en los medios como instrumento de consumo han dado paso al implementación de la educación para la comunicación como un mecanismo para todo proceso educativo y como una necesidad de responder a las dinámicas comunicacionales del siglo XXI. Cuando se defiende la educación audiovisual como una alternativa no solo se busca un proceso de alfabetización para los medios que pueda ser visto tanto en espacios curriculares formales o informales; desde esta mirada es necesario recapitular, reconceptualizar y ampliar lo que se ha entendido por alfabetización hoy, en un universo donde los medios audiovisuales, electrónicos y tecnológicos cubren cada espacio de la vida cotidiana.
Estas concepciones se entrelazan con los conceptos de ciudadanía que existen hoy en diferentes ámbitos sociales, marcados por la necesidad de que existan espacios de comunicación, expresión y participación desde protagonismo real de aquellos sectores que siempre han sido analizados como objetos y no como sujetos de derecho. En el caso de la niñez, esta propuesta queda recogida en el Artículo 13 de la Convención sobre los Derechos del Niño:
«El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideraciones de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier otro medio elegido por el niño[1]».
Ismar de Oliveira, durante el 3rd World Summit on Media for Children (Tesalónica, Grecia, marzo de 2001), basado en sus prácticas en Brasil, planteaba la necesidad de consolidar el interés de la sociedad por los derechos de niños y niñas y dejar de mirar solamente los posibles contenidos de los medios. Desde esta perspectiva hay que ampliar el horizonte más allá de lo que los medios están influyendo en las etapas más tempranas del desarrollo, propiciando que se conviertan para niños y niñas en un instrumento de expresión y participación real.
Para lograr un acercamiento a esta nueva concepción hay que fomentar ejercicios donde nuestros niños y niñas formen parte de una producción creativa, teniendo como primer escalón la recepción o lectura de los medios. Pero para que estos mensajes redimensionen el papel de los más jóvenes es necesario que estén gestados desde sus propias necesidades, problemáticas y capacidades.
En Cuba, la educación para la comunicación no forma parte de ningún contenido curricular de los diferentes niveles de enseñanza. Todas las prácticas o experiencias realizadas en la actualidad en nuestro país son actividades extraescolares o alternativas, aunque muchas han tenido una existencia efímera.
Estas prácticas donde nuestros niños y niñas como sujetos de derecho, desde una participación real, se apropian del lenguaje audiovisual para producir sus propios mensajes, para recrear su propio mundo interior de fantasías y proyectar sus puntos de vista, constituyen el horizonte de una comunicación audiovisual alternativa realizada por y para la niñez. De esta forma, se estaría potenciando un vínculo único entre la niñez y su universo audiovisual, lo cual posibilitaría que desarrollaran una nueva mirada y actitud ante los medios audiovisuales, que no es otra cosa que una nueva mirada y actitud hacia la vida.
La producción y exhibición de producciones realizadas por niños y niñas en primer lugar reconoce sus derechos de expresión, comunicación y participación, y propicia un diálogo tanto con sus coetáneos como con otras generaciones. Se trata, por tanto, de generar espacios que propicien el vuelo de las potencialidades y capacidades de las nuevas generaciones.
En ese sentido, en nuestro país, el equipo de la Red del Universo Audiovisual de la Niñez Latinoamericana y Caribeña (UNIAL), del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, desde hace más de 30 años se ha encargado de generar espacios de capacitación para niños y niñas que potencien el diálogo de las nuevas generaciones con los nuevos medios de creación audiovisual, de forma que puedan:
- Constituirse como práctica que devela el mundo de necesidades, expectativas, temores, anhelos y esperanzas de niñas y niños.
- Ser un proceso dinamizador de las relaciones en la familia, la escuela y los otros ámbitos en los que acontecen las experiencias.
- Generar espacios y procesos de (re)conocimiento inter e intrageneracionales, multi e interculturales, abarcando esferas que trasciendan el nivel local para insertarse en experiencias de alcance más amplio.
- Potenciar el valor vocacional, no siempre tenido en cuenta en los procesos educativos formales.
La educación en los códigos audiovisuales y la expresión de los niños y niñas a través de ellos ha demostrado ser una vía efectiva en su sensibilización y educación en torno a temáticas específicas (educación ciudadana, derechos de la niñez, cultura urbana, preservación del medio ambiente, educación para la salud, sexualidad, memoria e identidad local y otros), toda vez que posibilita y potencia su capacidad de expresión más auténtica y el desarrollo de habilidades para apreciar problemas de su entorno y tomar conciencia de cómo son afectados por estos.
Todo ello se traduce en una participación activa frente a la valoración de estos problemas y en la búsqueda de soluciones que, partiendo de sus propias iniciativas creadoras, los convierte en gestores de procesos de comunicación en el ámbito comunitario. Niños y niñas, desde la creación de sus propios materiales audiovisuales, desde la apropiación y recreación de imágenes en movimiento, amplían sus habilidades manuales, su expresión oral y corporal. (Ramos, 1996)
Dichos talleres tienen un espectro amplio de posibilidades en cuanto a su resultado o material final, ya que los mismos pueden estar encaminados hacia el documental, la animación o simplemente hacia la obtención de los conocimientos básicos en materias audiovisuales. De igual manera les proporcionan instrumentos para ser sujetos activos ante su consumo audiovisual.
En cuanto a la apreciación, cuando se han adquirido herramientas que descodifican patrones e imágenes se adquiere un nivel superior de la percepción meramente estética, lo cual produce que niños y niñas puedan transitar por todos los niveles: «aprender a ver», «aprender a reconocer y a valorar» y «aprender a hacer».
El contacto con disímiles experiencias internacionales y, en especial, con el aporte de la investigación latinoamericana sobre medios y niñez al campo general de la investigación comunicativa, y que ha dado paso a nuevos paradigmas en cuanto a las formas de comprender la relación públicos-medios, fue variando nuestras concepciones en cuanto a lo que significa «educar al público».
Lo que sí es una realidad es que el desarrollo de las tecnologías parece un universo sin límites y nos plantea nuevos retos. Ese lente que invitábamos a utilizar, incluso a los adultos que silencian al niño que llevan dentro, pero que es el único posible cuando trabajamos con los más pequeños, con la fuerte convicción de la necesidad de ir más allá del trabajo «por» o «para», ya no es suficiente si no sumamos el «desde» y sobre todo el «con» los niños y niñas. Es imprescindible comprometerse con la convicción de que la niñez tiene derecho a tener derechos, lo cual transforma a un individuo receptivo en un ente activo y actuante.
Es necesario que la participación forme parte de los procesos de comunicación desde las primeras etapas del desarrollo infantil, posibilitando la expresión de sueños, necesidades, problemáticas, esperanzas, temores, expectativas, donde el hacer volar la imaginación y las potencialidades no sea solo una utopía.
[1]«Convención de los Derechos del Niño», Gaceta Oficial de la República de Cuba, La Habana, 28 de diciembre 1991. Año LXXXIX, p. 380.