Descontando los estragos de la segadora muerte y las estadísticas nunca reveladas, porque acaso no te interesará invertir una dendrita de meditación en esta carrera puente, no me dejarás mentir si te digo que la profesión del primer asistente de dirección es breve.
Corta, porque la vida se te escurre en cada película que jamás será tuya, sino del director para quien trabajas.
Después de que hiciste la primera, tu vida la contarás de película en película, y si eres competente no descansarás.
No solo vas a convivir con el talento, sino también con las miserias de grandes y pequeños directores con los que filmas. Esos de los que serás leal confidente, y a los que no exigirás mayor visivilización de tu crédito, pues te basta con la alegre entrega de haber trabajado para sus películas.
También serás el albacea no anunciado, depositario de las sinuosidades estéticas y éticas, las que sabes enderezar para que no dejen huellas en la historia. O serás el loquero tragicómico que insufla aliento artístico a una historia moribunda, que solamente el ego de tu director insiste en dar por viva.
Finalmente, si estás dotado con esa mezcla de sensibilidad, cultura, organización, nervios, paciencia, arrojo y humildad, alguna vez pisarás el olimpo de los grandes primeros asistentes, premio que solamente está asegurado para ti en la mente de directores y productores.
Aunque casi siempre invertirás en la profesión las vigorosas primeras décadas de tu vida adulta, llegado el momento, si tienes interés y constancia, rozando los cuarenta querrás zafarte para con tus tesoros aprendidos abordar el barco que te llevará a la dirección, si quieres expresarte artísticamente. O según tus posibilidades, pasar a ejercer como productor, otra de las vertientes afines.
Otros, porque ya no tienen fuerzas, luego de dedicar treinta, cuarenta años a la profesión, anclarán sus inquietudes de investigadores en proyectos de buenas luces y mayor sosiego; si no, ya sin megáfono ni planes de rodajes que interpretar, ocuparán responsabilidades extrartísticas, pero necesarias al cine.
Cuando eras mimado, porque vivías dentro del mismo fermento de la creación de una película, supiste que como primer asistente eras imprescindible. Quizás te atrevas a aterrizar ese guion que te pusieron en la mano y que empezaste a manosear, desglosándolo e imaginándolo, nunca deteniéndote en la puesta en escena, que sabes que no es tu responsabilidad, pero si aproximándolo milimétricamente a una verdad, que es tu indivisible acto creativo.
De manera que tu viaje, para nada abstracto, necesita de salud y entrenamiento para usar determinadas herramientas bajo tu mando: extras, figurantes, autos, calles, etcétera, y contribuir con esa importantísima apariencia de realidad a la puesta en escena.
Mientras montas endemoniadamente esos fondos fabulosos que tienen que hacer creíble a la película, no dejas de estar pendiente del tiempo, de la próxima secuencia, de los atajos para ganarle unos minutos al plan, y de un montón de poros que en un set suelen abrirse o cerrarse de momento.
Cuando te decidas a escribir algo como lo que lees:
A la memoria de los actuales directores
que antes fuimos primeros asistentes de dirección.
También a los que ya no están.
Por supuesto, a los pocos y competentes que se mantienen,
incluidos los emergentes
… además de llegar a la conclusión de que profesional y humanamente creciste a costa de una especialidad hermosa, única, diseñada para preparar la fertilidad del terreno sobre el que el director plantará su silla y dirá «¡acción!», tu carrera como primer asistente de dirección, es, sin oblicuidades, un permanente ejercicio de tristeza.
Fuera ya de la industria, revisitando tus películas, que son tuyas, pero que no lo son, compruebas una vez más que ni la crítica ni el público podrán en rigor ver tu trabajo, aunque lo disfruten, aunque les alimente, y al no distinguirlo, nadie se acordará de que existes.
Únicamente lo recordará tu director y un mínimo de miembros del equipo, que irremediablemente diluirán tu trabajo entre los rostros de los actores, el uso artístico de la luz, los volúmenes, las texturas, el color, los espacios, el sonido, el montaje, un sinnúmero de códigos visuales y sensoriales a los que contribuiste para que quedara bien la película.