En 1978 asistí como miembro de la delegación del ICAIC al Festival Internacional de Cine en la ciudad de Tashkent, Uzbekistán. En el hotel donde nos hospedábamos, justo al tomar el elevador para subir a mi habitación, me encontré con Toshirõ Mifune. Él me saludo bajando un poco la cabeza y yo le respondí con una sonrisa.
Un día después, junto a una amiga mexicana, miembro de su delegación, nos volvimos a encontrar a la salida del hotel. Así, durante varios días tuve algunos encuentros con el actor japonés, e igual les pasó a otros amigos y compañeros de nuestro grupo, aunque recuerdo que varias veces me lo encontré con Rigoberto López, e incluso pudimos interactuar algo con él a pesar del idioma.
Una tarde, mientras estaba tomándome una copa de vino en el bar del hotel, se sentó a mi lado el mismísimo Toshirõ Mifune. Allí nos tomamos juntos unas cuantas copitas de vino cuando de pronto se fijó en mis zapatos, que eran de dos tonos. Entonces se paró de la banqueta y me pidió que levantara mi pie para poder ver bien uno de los zapatos. A partir de ese momento Toshirõ Mifune se empeñó en querer comprarme mis zapatos. El idioma fue un gran problema, pues estuvimos todo ese tiempo hablando en inglés y también por señas. Al no llegar a ningún acuerdo, pues eran los únicos zapatos que yo había llevado al festival, comenzó a reírse y me dio unas palmaditas en el brazo, se levantó otra vez y con la cabeza inclinada y una gran sonrisa se fue hacia el elevador.
Después, cada día que nos reencontrábamos en las proyecciones del festival me saludaba con mucho afecto. Pero una noche al saludarnos puso su mano como una pistola e hizo un gesto como de disparo contra mis zapatos. Fue un gesto muy simpático, y tanto mi amiga mexicana como Rigoberto, que estaban junto a mí, se rieron a carcajadas de ese saludo de Toshirõ. Sin embargo, a mí me dejó atónito, y me sentí poco culpable. Evidentemente aquellos zapatos debieron de haberle gustado mucho.